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Máscaras Carnavalescas

Máscaras Carnavalescas

Somos nosotros, pero poseídos por las mascaras que dejan salir nuestro lado desconocido. Los amantes incógnitos, traviesos enmascarados, seres individuales refugiados tras un pedazo de tela renacen siempre que puedan para hacer de quien las lleva al perfecto pecador ante los ojos del omnipotente, que al solo ver un pepino, un chuta, o un veneciano enmascarado dejara de poner “deficiente” en buen comportamiento esperando el preciso momento en que el pecador se deje ver.

Como en Venecia -donde la nobleza se disfrazaba usando también mascaras para salir a mezclarse con el pueblo-, dicen que en los viejos tiempos, en los carnavales paceños, la “gente bien” (aristocráticos locales) recurría a la mascara de pepino para entremezclarse entre el populacho y divertirse como los cholos sin ninguna inhibición. “Hecha la ley, hecha la trampa”, el objetivo carnavalero en adelante era descubrir al hombre detrás la mascara para que con una risotada darse cuenta que el senador racista corría de un lado a otro con un disfraz aurinegro y con mascara de pepino mojando, bailando, y bebiendo como sus ancestros le habían ordenado.

En el Mardi grass las mascaras individuales son invisibles, la ciudad toda lleva una mascara que cubre los pecados de todo el gentío que usan como excusa collares baratos para desinhibirse y dejar de lado aquel mandamiento que dice “no te desnudaras, no beberás en exceso y no desearas a la mujer de tu prójimo”.

Los diablos se han cansado de bailar y los mortales se han cansado de beber. Las cigüeñas trabajaran a doble turno por culpa de pepinos, kusillos, chutas o los enmascarados venecianos. Fin del carnaval, pero las mascaras seguirán rondando tentándonos.

Vea también:
Pepinos ch’utas y kusillos, el alma del Carnaval de La Paz.
Colección de máscaras en exposición (Museo de Etnografía y Folklore de Bolivia).

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