Verena: Una historia de dos partes (Episodio 1)
La nostalgia es un cuarto donde habita el insomnio (Raúl González Tuñón)
Nunca creí que alguien pudiera sentir placer (incluso tan intenso como el erótico) en eso. Jamás nadie me hizo pedido semejante. Posiblemente si ella hubiera sido una de las intelectuales llenas de brillantes ideas e igualmente brillantes frustraciones, con las que tengo mis escapadas de vez en cuando, tal vez no me hubiera resultado raro. Pero ella no tenia esas características, como decir
profesional audaz, con muchos contactos, varios viajes en su haber, un habito devorador de lectura; pero con todo, no de las que racionalizan todo al punto de no poder hacer el amor sin citar a algún poeta de moda (si todavía recuerdo a una que en medio éxtasis me decía: eres mi amor, mi cómplice y todo, y yo como cojudo sin saber si reírme bajito o a carcajadas pero siempre ocultando mi disyuntiva y tratando de disimular una aceptación por tan oportuno verso). ¿Será que mi capacidad estética se corta en esos momentos? ¿O será que ellas precisan siempre colar cositas de aquí y allá a falta de palabras y versos propios?
Bueno, pero ella no era de esas. En realidad vivir en ese ambiente era su gran sufrimiento. Frecuentar lugares de onda intelectual, tan despersonalizados; estar al tanto de cosas como el desarrollo del tercer mundo; la agroecología, relaciones norte-sur y no se que cosas más, la agobiaba. Yo miraba su escenario desde mi balcón de hombre y además intelectual; no era muy fácil pero siempre divertido: peleas entre los que pensaban que la filosofía había llegado a su fin, o los que creían que había surgido nuevos paradigmas. ¡Uff! Claro, para mí, dizque intelectual independiente, con algunas pinceladas de izquierdista, con mi buena presencia (¿será?), y por supuesto mi bien asegurado soporte económico, no era muy difícil mirar desde arriba, escogiendo -hasta donde podía- lo que deba o no afectarme.
Lo que no logro recordar con certeza es en que momento de conjuro me acerqué, nos atrajimos o me arrastro. Indudablemente no fue un amor a primera vista, porque la conocía hace mucho y para mi ella como se dice en el argot popular- ni fu ni fa. Me pareció siempre interesante y nada mas. Para entonces, ni por si acaso imaginaba que adentro tenía lo que salió ese famoso día del pedido desde el que creo mi vida sufrió algo muy profundo.
Lo cierto es que un día, asentado en mi seguridad machista, intelectualoide y seodoizquierdista, sabedor de cómo batirme en todas las lides femeninas (o casi todas) decidí incorporarla a mi lista de conquistas fáciles y rápidas. Conociéndola, le salí nomás con el rollo de la crisis del país, le pregunte su parecer acerca del ultimo libro de García Márquez, fingí interesarme en su trabajo y demás vainas, porque yo sabia que ESE era su campo y por ahí podría abrir la puerta que me interesaba. Para mi sorpresa, se molestó y furibunda me atacó con frases ajenas a las intelectuales que hasta entonces conocí (las habían tiernas, robustas, tímidas, coquetas y estrafalarias, pero ésta no estaba clasificada).
Me dijo que ella no sólo era cabeza sino también otras cosas y que si quería yo hablar de tales temas, debiera buscar otra compañía porque no estaba más dispuesta a la charla consabida, que eso, de mi parte, era una falta de respeto. Con semejante estocada, yo no supe qué hacer. ¿Qué quería? ¿Qué le haga el entre directamente? ¿Qué le plantee inmediatamente una relación ante la cercanía de la noche? ¡No entendía un carajo de lo que quería! Pero me quedé, no tanto por querer reintentar sino porque fue demasiado duro el golpe y no era bueno dar la impresión de haber sufrido una horrible y humillante retirada. ¡Vaya día!
Días mas tarde la encontré en uno de los conocidos bares frecuentados por la intelectualidad. La ví actuando como yo sabia a ella no le gustaba y aquella vez, como nunca, percibí el sufrimiento en su rostro, en su terrible seguridad, en su amena charla, en su elegante andar. ¡Cuánto sufría la pobre! Consecuentemente con mis principios, y en acto meramente humanitario, decidí sacarla de allí. Y bueno, no me queda más que bendecir ese momento por lo que vendría después. Muy metida en su seguridad, me saludó con una amplia y horriblemente artificial sonrisa, pero cuando le sugerí caminar por ahí, noté la luminosidad de libertad en sus ojos. No se apuró, continuó con el rito. Pero una vez fuera, la sentí desamarrada, no tenia más seguridades ficticias, las dejo junto a las colillas de cigarro, un vaso de ron a medio terminar y se puso a hablar y correr por las calles amanecidas ya. No se cuánto caminamos, recupere el sentido cuando me asaltó con un beso que no era atrevido, ingenuo, sensual o desvergonzado, era simplemente un beso. Y ahí vino el pedido: primero me consulto si yo estaría dispuesto a hacer por ella lo que me pidiera. Con tal pregunta, me pareció que de repente se volvía vulgar y repetía lo que todas: ¿harías lo que sea por mí? Y Claro, ¿Qué creen que yo esperaba a continuación?: te deseo, hagamos el amor, dame un beso tierno, dame otro apasionado, háblame
quiero contarte, etc. Para salvar mi curiosidad y obtener de una vez la victoria total respondí afirmativamente. Pero no, no era nada de lo que yo pensaba el famoso y bendito pedido.
Continua... Verena: Una historia de dos partes (Episodio 2)
1 comentario
Gueishy -
Un abrazo de eternidad de esos que te causan cosquillitas.