Verena: Una historia de dos partes (Episodio 2)
-Sin preguntas –dijo-, quiero que me acompañes a caminar y tomar un api en la Buenos Aires- ¿Qué? ¿Era más que eso? ¡Esta mujer se ha vuelto loca! Y, maldita cosa, ir tan lejos a esa precisa avenida en un amanecer frió y vaya uno a saber si conseguimos api a esa hora. Ni modo, me convencí que no era nada más que una estrafalaria tirada a lo “popular” (palabra obligada en este caso). Pero pronto me convencí de lo contrario porque desde ese día comenzaron pedidos a cual más raros: mirar la ciudad desde la estatua del sagrado corazón de El Alto, ir a la tranca del camino a Copacabana, al cruce de Villa Armonía, a Kupini, a jugar al zigzag entre los altos eucaliptos del bosque de Pura Pura y de paso conocer la casita de un abuelo que tejía canastas de alambre viejo, a la avenida Perú a las 11 de la noche, a la calle de las brujas, a dejar flores a tumbas desconocidas en el cementerio, mirar polleras en la Sagárnaga. ¿Alguna vez han tomado sol abandonados en el pasto de una de las pendientes calles de la Portada, o admirando el Illimani desde la segunda curva del camino viejo a El Alto? ¿A despedir innumerables flotas en la terminal…? ¿Qué tal, ah? Y yo bien metido en el asunto.
La cosa no queda ahí, porque además se trataba de caminar o sentarse casi siempre en silencio. Al principio, creí que me quería impresionar con tan extravagantes y –yo creí- forzadas excursiones y que prontito me saldría con su erudito discurso político social para llamarme la atención sobre esa “oculta realidad”. Pero no, no era así. Era impresionante ver que no había alegría comparable para ella que visitar esos parajes. No hablaba casi nada o simplemente lo rutinario: ¿este micro nos lleva?, ¿quieres que compremos una mandarina?. Es decir, no se artificializaba en ese medio, parecía mas bien que iba con una especie de mística, con una mezcla de emoción y miedo parecido a los que sentimos al entrar a la iglesia, con el ansia de recuperar algo con mucho respeto; con el gusto de releer un libro amado; como ir a ver otra vez una película que nos marco la vida. Iba con la fidelidad del lector que aunque quiera no puede “colarse” al mundo irreal. Nunca preguntó como me sentía yo, pero lo puedo asegurar es que después de esas caminatas (o sentadas) el amor sabia siempre a nuevo, a fresco, porque sencillamente mantenía esa su alegría, ese su “rictus” de felicidad. He ahí otro motivo para agradecer el famoso día del pedido. Casi nunca abría la boca, se sentaba horas mirando a los niños que jugaban con “pepas” de cristal, o a una comidera que servia un caldo de fideo. Y cuando notaba que la veían extraña, prácticamente huía.
No fue sino mucho después que llegué a comprender esa manía, cuando sentados en los antiguos y deteriorados blancos de la plaza Villa Victoria me hablo de un sentimiento de desarraigo tan grande en su alma, de un no saber qué era. Tras esa confesión, que me atreví a calificar como la consabida “desubicacion de la clase media”, hablo mucho de lo feliz que había sido su infancia en –lo que ella llamaba- sus barrios amados. Añoraba su niñez por la casa de los abuelos casi a orillas del río Apumalla y cerca de la Garita de Lima y el Cementerio; por la abuela fumando Astoria y mascando coca después de haber terminado los quehaceres domésticos; por los juegos con latas vacías y piedras; porque el sonido del tren acompañaba siempre a las seis de la tarde. Y claro, no era difícil adivinar lo terrible que debió ser para ella vivir en Obrajes (con esas manías que ello implica) y saber que no podía retornar a uno de sus añorados barrios a costa de ser para siempre visitante extraña. Sentí entonces haber descubierto el secreto de su eterna tristeza.
Ahora que ya no la tengo a mi lado, sin embargo no me siento solo porque hoy, en este banco de la Plaza Libano, mirando la larga fila de personas entrar al cine variedades –como casi a diario- puedo hablar con ella. Muy tranquilamente, muy sinceramente, sin apuro alguno.
Una historia con rasgos muy paceños, los barrios mencionados pertenecen a la hoyada, barrios alejados del centro y de las zonas “bien jailonas”. Una mezcla de ficción y realidad. Jugué a lo George Lucas, poniendo el final en el principio, veremos si luego me gusta, debería quedar bien… el episodio 1 ira arriba del episodio 2, debido a la publicación de la bitácora.
Antes del final... Verena: Una historia de dos partes (Episodio 1)
4 comentarios
MIRIAMYU -
monse -
Miguel (MABB) -
Muy, muy, buena la historia. Espero la primera parte con ganas.
El Quintacho -
A propósito tenemos un episodio pendiente en FP&B ¿no?
jajaja Un abrazo.