Crónica Roja 002: Joyero cornudo le clavo un alfiler en el corazón
En un ataque de celos, convirtió a su mujer en un engarce perfecto.
Entregaron luego a Kassim para montar, un solitario, el brillante más
admirable que hubiera pasado por sus manos.
Mira, María, qué piedra. No he visto otra igual.
Su mujer no dijo nada; pero Kassim la sintió respirar hondamente sobre el solitario.
Un agua admirable... prosiguió él. Costará nueve o diez mil pesos.
Un anillo... murmuró María al fin.
No, es de hombre... Un alfiler.
A compás del montaje del solitario, Kassim recibió sobre su espalda trabajadora cuanto ardía de rencor y cocotaje frustrado en su mujer. Diez veces por día interrumpía a su marido para ir con el brillante ante el espejo. Después se lo probaba con diferentes vestidos.
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¡Dame el brillante! clamó. ¡Dámelo! ¡Nos escaparemos! ¡Para mí! ¡Dámelo!
María... tartamudeó Kassim, tratando de desasirse.
¡Ah! rugió su mujer enloquecida. ¡Tú eres el ladrón, miserable! ¡Me has robado mi vida, ladrón, ladrón! ¡Y creías que no me iba a desquitar... cornudo!
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Estás enferma, María. Después hablaremos... Acuéstate.
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No durmió bien. Despertó, tarde ya, y vio luz en el taller; su marido continuaba trabajando. Una hora después Kassim oyó un alarido.
¡Dámelo!
Sí, es para ti; falta poco, María repuso presuroso, levantándose. Pero su mujer, tras ese grito de pesadilla, dormía de nuevo.
A las dos de la madrugada Kassim pudo dar por terminada su tarea: el brillante resplandecía firme y varonil en su engarce. Con paso silencioso fue al dormitorio y encendió la veladora. María dormía de espaldas, en la blancura helada de su camisón y de la sabana.
Fue al taller y volvió de nuevo. Contempló un rato el seno casi descubierto, y con una descolorida sonrisa apartó un poco más el camisón desprendido.
Su mujer no lo sintió.
No había mucha luz. El rostro de Kassim adquirió de pronto una dureza de piedra, y suspendiendo un instante la joya a flor del seno desnudo, hundió, firme y perpendicular como un clavo, el alfiler entero en el corazón de su mujer.
Fragmento extraído de El Solitario (Cuentos de amor, de locura y de muerte -pdf-) de Horacio Quiroga.
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Mario -