¿Descendemos de los atlantes?
En general, entre los mitos y leyendas más recurrentes en muchas culturas se hace alusión a lugares, ciudades o incluso países enteros que de pronto, por alguna razón inexplicable, desaparecen sin dejar rastro. Entre estos mitos encontramos por ejemplo la ciudad de oro de los incas, también conocida como El Dorado, y con un sentido un poco más religioso, el mito del Paraíso Perdido.
Aunque en la historia ha existido un número importante de exploradores que han buscado evidencia material de la existencia de estos sitios perdidos, no se puede decir lo mismo de las pruebas halladas, pues en los hechos son prácticamente nulas.
Pero pese a ello, existe una historia, referida a una ciudad perdida en el mar, que es quizás la leyenda que más se resiste a morir y quedar en el olvido y respecto a la que incluso no hay acuerdo cierto de la región del planeta donde se sitúa: la leyenda de la Atlántida.
El relato aparece ya en la obras de Platón, en Grecia, quien afirma que existía en un tiempo remoto una próspera nación localizada en medio del Océano Atlántico que, aparentemente por un castigo de los dioses, fue condenada a la desaparición, sumergiéndose irremediablemente en el mar, y sin dejar huellas.
No fue sino hasta comienzos de la pasada década que un militar jubilado de la Royal Navy -Jim Allen-, propuso no sólo que la Atlántida sería una realidad histórica, sino además que existen vestigios y pruebas de que ésta se halla en Bolivia, y más específicamente en La Paz.
A pesar de lo estrambótica que resulta a primera vista esta afirmación, el anciano investigador en el fondo cuenta con algunas pistas verosímiles. ¿Pero cómo puede ser verdadero esto, si ni siquiera tenemos acceso al mar? Ocurre que Allen analizó en un sentido literal las obras del filósofo Platón, y encontró que la descripción de la arquitectura atlante, coincidía con la arquitectura tiwanacota, de la que sí tenemos pruebas concretas. Según el autor de esta polémica idea, gran parte de la arquitectura retratada en los textos del filósofo griego coinciden con la de Tiwanaku, sobre todo en lo relativo a las formas y colores en la organización de las piedras del lugar. A esto Allen podría agregar el hecho que en islas del Océano Pacífico se ha encontrado totoras, y la hipótesis de que algunas culturas de la misma zona eventualmente habrían tenido contacto con antiguas civilizaciones sudamericanas; un indicio de lo cotidiano de probables viajes interoceánicos.
Si bien existe cierta coincidencia entre las descripciones de Platón y lo que hoy conocemos de Tiwanaku, Allen no lograr explicar convincentemente cómo se habría efectuado la comunicación intercontinental, sorteando el Atlántico, hace cientos de años y con tan escasos medios técnicos.
También en Bolivia, el arqueólogo de origen cubano Oscar Córvinson, consideró la posible existencia de esta ciudad, aunque él la situaba también en pleno Atlántico, consideró la posibilidad de que hubiera existido, de alguna manera, una comunicación marítima con Tiwanaku, no siendo en ningún caso una misma civilización.
Desafortunadamente para los crédulos, las pruebas en la que estos análisis se basan, y la forma en que se desarrollan, no merecen ser llamados estudios científicos. Al contrario, las herramientas geológicas y arqueológicas con las que hoy contamos hacen posible afirmar que nunca existió un país, ni menos una civilización, en medio del Atlántico, y que si hubiera existido, no habría podido desaparecer en su totalidad sin dejar vestigios, por mínimos que fueran. Por otra parte, es poco probable que hace tres mil años, o incluso más, las técnicas de navegación en nuestras antiguas civilizaciones estuvieran lo suficientemente avanzadas como para permitir viajes transatlánticos, desde los andes hasta el continente europeo, atravesando las actuales tierras brasileñas.
Los frutos de recientes investigaciones europeas parecen encontrar un punto intermedio entre el mito y la realidad, siempre en el marco de la ciencia objetiva y reconocida. Las hipótesis más convincentes asumen que existió efectivamente una ciudad próxima al Atlántico, pero muy probablemente se trató de un poblado mediterráneo, del cual los griegos tenían escasa noticia y que habría desaparecido por alguna catástrofe natural.
Para decepción de los paleo snobs, es improbable que seamos descendientes directos de los míticos y nobles atlantes.
Aunque en la historia ha existido un número importante de exploradores que han buscado evidencia material de la existencia de estos sitios perdidos, no se puede decir lo mismo de las pruebas halladas, pues en los hechos son prácticamente nulas.
Pero pese a ello, existe una historia, referida a una ciudad perdida en el mar, que es quizás la leyenda que más se resiste a morir y quedar en el olvido y respecto a la que incluso no hay acuerdo cierto de la región del planeta donde se sitúa: la leyenda de la Atlántida.
El relato aparece ya en la obras de Platón, en Grecia, quien afirma que existía en un tiempo remoto una próspera nación localizada en medio del Océano Atlántico que, aparentemente por un castigo de los dioses, fue condenada a la desaparición, sumergiéndose irremediablemente en el mar, y sin dejar huellas.
No fue sino hasta comienzos de la pasada década que un militar jubilado de la Royal Navy -Jim Allen-, propuso no sólo que la Atlántida sería una realidad histórica, sino además que existen vestigios y pruebas de que ésta se halla en Bolivia, y más específicamente en La Paz.
A pesar de lo estrambótica que resulta a primera vista esta afirmación, el anciano investigador en el fondo cuenta con algunas pistas verosímiles. ¿Pero cómo puede ser verdadero esto, si ni siquiera tenemos acceso al mar? Ocurre que Allen analizó en un sentido literal las obras del filósofo Platón, y encontró que la descripción de la arquitectura atlante, coincidía con la arquitectura tiwanacota, de la que sí tenemos pruebas concretas. Según el autor de esta polémica idea, gran parte de la arquitectura retratada en los textos del filósofo griego coinciden con la de Tiwanaku, sobre todo en lo relativo a las formas y colores en la organización de las piedras del lugar. A esto Allen podría agregar el hecho que en islas del Océano Pacífico se ha encontrado totoras, y la hipótesis de que algunas culturas de la misma zona eventualmente habrían tenido contacto con antiguas civilizaciones sudamericanas; un indicio de lo cotidiano de probables viajes interoceánicos.
Si bien existe cierta coincidencia entre las descripciones de Platón y lo que hoy conocemos de Tiwanaku, Allen no lograr explicar convincentemente cómo se habría efectuado la comunicación intercontinental, sorteando el Atlántico, hace cientos de años y con tan escasos medios técnicos.
También en Bolivia, el arqueólogo de origen cubano Oscar Córvinson, consideró la posible existencia de esta ciudad, aunque él la situaba también en pleno Atlántico, consideró la posibilidad de que hubiera existido, de alguna manera, una comunicación marítima con Tiwanaku, no siendo en ningún caso una misma civilización.
Desafortunadamente para los crédulos, las pruebas en la que estos análisis se basan, y la forma en que se desarrollan, no merecen ser llamados estudios científicos. Al contrario, las herramientas geológicas y arqueológicas con las que hoy contamos hacen posible afirmar que nunca existió un país, ni menos una civilización, en medio del Atlántico, y que si hubiera existido, no habría podido desaparecer en su totalidad sin dejar vestigios, por mínimos que fueran. Por otra parte, es poco probable que hace tres mil años, o incluso más, las técnicas de navegación en nuestras antiguas civilizaciones estuvieran lo suficientemente avanzadas como para permitir viajes transatlánticos, desde los andes hasta el continente europeo, atravesando las actuales tierras brasileñas.
Los frutos de recientes investigaciones europeas parecen encontrar un punto intermedio entre el mito y la realidad, siempre en el marco de la ciencia objetiva y reconocida. Las hipótesis más convincentes asumen que existió efectivamente una ciudad próxima al Atlántico, pero muy probablemente se trató de un poblado mediterráneo, del cual los griegos tenían escasa noticia y que habría desaparecido por alguna catástrofe natural.
Para decepción de los paleo snobs, es improbable que seamos descendientes directos de los míticos y nobles atlantes.
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