Mercados
Entre el gran cañon, sus cerros y sus rascacielos, siempre encuentran escondrijos, callejones estrechos en donde situar su chiwiña, sus productos y su labia. Quien sino la chola para hacerse un mercado, quien sino el mercado para hacer a la chola. La Paz toda es un mercado, dicen, donde el transito es casi imposible, desesperante, aun siendo peatón. Hay que subir pocos pasos entre los nanomercados ambulantes y callejeros del centro paceño para llegar al Mercado Rodriguez.
(Ampliar) El caminar de cholas, el especular de precios, la rebaja, la yapa y las infaltables chiwiñas, que las protegen del sol.
Recorrer un mercado es un placer aparte si lo haces en afanes “turísticos”, mirar, husmear y ver a las vendedoras en su estado natural, porque las caseras no solo son vendedoras también son psicólogas innatas que huelen el miedo del casero principiante a quien algunas veces pueden sacarle incluso el doble del precio del producto adquirido; también son estadistas, políticas y maestras en demás ciencias y conocen “por asi decirlo” los precios del petróleo y todo el movimiento de Wall Street, ya que “la información es poder” ellas siempre son las mejores informadas para el alza y a la baja de sus precios.
Hugo Boero decía que el Bolivia hay 200 variedades de papa, en el Mercado Rodríguez se puede encontrar por lo menos 40 de ellas a ojo de buen cubero (y de un nulo conocedor), y claro, según la especie, el precio de la arroba varia de una a otra. El espectáculo colorido que brindan los tomates, locotos, habas, plátanos, cebollas, nabos y demás productos que la bendita tierra nos brinda, es digno de una postal. Similar espectáculo nos brinda algún tambo con su variedad de frutas y caseras tímidas.
(Ampliar) Un tambo, de los pocos que quedan, en inmediaciones del Mercado Rodríguez. El edificio del fondo nos hace notar la proximidad del mercado a una de las principales avenidas de la ciudad, son dos cuadras, pocos pasos… a la vueltita.
Este gigante mercado, con reminiscencias de incendio, de sueño y de pesadilla, con tenebrosos contornos y con espesas humaredas, puede decirse que es único en su clase: no tiene igual en Bolivia, y puede afirmarse que es prácticamente una institución.
Aquel que quisiese conocer el estado de cosas en lo tocante a precios, calidad de los productos y volumen de abastecimientos, y todo problema concerniente al ramo siempre complejo de los artículos de primera necesidad para la mesa, deberá echar un vistazo al Mercado Rodríguez; pues el Mercado Rodríguez constituye el mayor centro de productos agrícolas y de carne porcina y de cordero de La Paz, y en el que se abastecen todos los demás mercados de la ciudad.
El mercado Rodríguez, como institución precisamente, es inseparable de la chola paceña, la cual es por derecho propio su dueña y señora (…). De un modo u otro, los dominios de un mercado por excelencia como lo es el Mercado Rodríguez, corresponden a la chola paceña, indiscutiblemente y en definitiva; ella hace y deshace, ella es la rueda motriz del inmenso y complicado aparato, es ella quien pone en marcha y quien alienta innumerables cuanto endiablados mecanismos en los cuales participan legiones de seres humanos ejerciendo diversos oficios y practicando diversas ocupaciones (…).
Si alguien puede arrogarse con pleno derecho el titulo de hacedora del Mercado Rodríguez y de todos los demás mercados, es la chola paceña –sin ella, simplemente no habría nada.
El Mercado Rodríguez (Jaime Sáenz – Imágenes Paceñas).
Jaime Sáenz retrata de inigualable manera el Mercado Rodríguez y por inercia la mayor cantidad de mercados existentes en urbe paceña y aunque La Paz se ha modernizado y han llegado los Super Markets, las muchas cadenas de tiendas que se reparten a lo ancho y largo de la ciudad, los mercados tradicionales aun permanecen ocultos entre un montón de edificios y cerros. Clara muestra de ello es la Rodríguez que como antes, y como ahora, esta lleno de aires indios, de aquellos que llegaron para refugiarse en la ciudad –en donde sino-, aun los suelos son los preferidos para mostrar los productos, al aire libre sin mas protección que una chiwiña que cuidara a la mercadería y los niños del sol y los demonios. Aun se puede especular en los precios, pedir rebaja y también la yapa, muy al contrario del precio muerto que ofrecen las cadenas de tiendas formales.
(Ampliar) Entre el gran cañon, sus cerros y sus rascacielos, siempre encuentran escondrijos, callejones estrechos en donde situar su chiwiña, sus productos y su labia.
Alrededor del Mercado Rodríguez y alrededor de la chola paceña como bien describe Sáenz, se reúnen decenas de personajes que le dan vida al mercado -otro micromundo creado dentro de La Paz- desde chóferes, hasta ayudantes, pasando por serenos, policías, orates, amas de casa, empleadas domesticas, caseros amateurs, ambulantes, borrachos, algún que otro ratero y otros tantos pordioseros de los cuales tampoco podría prescindir un mercado como tal.
Pero entre todos ellos se mueve un ser mítico, personaje paceño por excelencia, el cual es uña y mugre con un mercado al igual que la chola, el oscuro ser llamado aparadita, k’epiri o simplemente el cargador. Campesino llegado a la ciudad, adaptado apenas a la urbe, busca refugio en los mercados -tengo la hipótesis de que llegan a el atraídos por el olor a tierra de la papa recién cosechada y atraídos por los tejidos multicolores de las cholas- ellos son poseedores de una fuerza sobrehumana y han sabido, sin querer, ser parte del imaginario de poetas, escritores, músicos y demás artistas. Es por su condición de leyenda que se merecerán un artículo propio con muchas letras, música y fotografías, pero que quede la constancia de que cuando se menciona un mercado se debe mencionar por antonomasia al Aparapita.
Caída la noche, el mercado, como la ciudad misma, cambia de atuendos. La ciudad se disfraza y se convierte en otra diferente, el mercado ha despedido ya a sus habitantes diurnos y se llena de otros, sin alejarse del comercio informal, un grupo de cafeteras se asienta en las aceras de la Rodríguez, un remedio bendito para los entes con alcohol en la sangre, taxistas, paseantes y demás seres nocturnos que por azares de la vida han llegado a aquellos rincones en una noche fría. Es el ciclo de un mercado que gira y parece nunca dormir.
Vea También:
Sus Mercados (según las cámaras de lectores de la BBC Mundo).
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