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LA VENGANZA DE LOS SITH: EL CÍRCULO SE CIERRA

LA VENGANZA DE LOS SITH: EL CÍRCULO SE CIERRA Esta es una historia de amor (y de amor roto) en varios frentes. Es, antes que nada, la historia de amor entre dos hombres, maestro y alumno, hermanos, camaradas, destinados a enfrentarse y, en última instancia, a morir uno a manos del otro. Es, en segundo lugar, la historia imposible de un amor prohibido entre dos personas que ni siquiera estaban hechas la una para el otro. Y es, en tercer lugar y con no menos importancia, la historia de amor por unos ideales que se ensombrecen y se tuercen y acaban vaciándose de contenido a medida que un bando y otro pasan continuamente de la luz a las sombras.

Hemos esperado casi treinta años para ver el final de la república galáctica y el ascenso de Palpatine al trono imperial, y de rondón se nos ha colado en la gran historia de todos la historia individual de un aprendiz de brujo llamado Anakin que vendió su alma al diablo y cayó seducido por el reverso tenebroso de la Fuerza. Como tercer acto y entrega final de la primera trilogía, La venganza de los Sith cierra de manera brillante lo que fue para los espectadores, durante décadas, apenas un sueño imaginado, y prepara el camino para la segunda trilogía por venir (aunque ésta ya vino), reforzándola en sus detalles principales y llenando de matices expresiones, miradas, gestos y referentes que antes sólo intuíamos y que ahora ganan en profundidad, o simplemente desviando el centro de atención de la trilogía “clásica” hacia la figura de secundario de lujo que es Darth Vader, a quien todos habíamos creído el malo por excelencia (aunque ya Lucas nos advirtió de lo contrario en El retorno del Jedi).

Como broche de la trilogía primera y de la hexalogía galáctica, La venganza no creo que defraude a los millones de seguidores de Star Wars: su hechura es sobresaliente; sus efectos especiales, impactantes; la tensión emocional y física de los enfrentamientos continuos entre héroes y villanos te mantiene en vilo en todo momento. No es una película redonda, naturalmente, pero es quizás, de las seis, donde los personajes se definen mejor (y por personajes entendemos a Obi-Wan, a Anakin, a Palpatine y a Yoda; nunca los secundarios –incluida Padme- han sido más secundarios que aquí). Lucas nos está contando el cuento más antiguo del mundo, la caída de los cielos de un ángel vengador y su aparente imposibilidad de redención. Utilizando adecuadamente el contexto bélico, donde las fronteras de la ética se diluyen y la defensa o el ataque a la democracia se hunde en ocasiones en el mismo fango peligroso, la confusión de Anakin Skywalker respecto a su papel en las facciones enfrentadas sólo va pareja a su ambición: el futuro Señor de los Sith se deja engañar por las sibilinas palabras de Palpatine, pero en todo momento Lucas nos da a entender que también se engaña a sí mismo. Su amor por Padme es, quizás, ilusorio también: o, en última instancia, es su sueño de liderar un imperio lo que resulta más fuerte. Padme, o la ilusión de Padme, es el último bastión de cordura de un Anakin que ya estaba tocado desde la película anterior y su genocidio contra los moradores de las arenas; aquí, y por más que intente de continuo redimirse y hacer lo correcto, cae una y otra vez en las trampas que todos le tienden: Palpatine por un lado y sus propios compañeros Jedi por otro. Ahora que tenemos en perspectiva las seis películas, podemos aventurar la hipótesis de que, hasta el final (en El Retorno) Anakin ha seguido siendo un esclavo: sólo lo hemos visto tomar una decisión consciente y libre en su vida, en la Estrella de la Muerte sobre la luna de Endor, cuando se vuelve por fin contra el Emperador para salvar a su hijo Luke. Lo vemos aquí: Anakin es una marioneta en manos de Palpatine desde el principio, y es también una marioneta en manos de Obi-Wan y el consejo Jedi; las palabras que le dicen uno y otros son , prácticamente, las mismas. Y aunque se engaña a sí mismo creyendo actuar por lo que es correcto (o sea, un laudable deseo de salvar a toda costa a Padme), llegado el clímax final el ya Darth Vader elige un rumbo donde el amor ya no cuenta. Por eso, cuando despierta enclaustrado en la máscara negra y Palpatine recurre a la mentira una vez más, su proceso ha sido completo: ha perdido el último asidero con la cordura y con la realidad, lo último que podía hacer que se considerara humano. Pertenecer al Lado Oscuro (al “reverso tenebroso”, como me gusta más), no implica ser malo remalo y exterminar a cuanto androide, niño, soldado u oficial se te ponga por delante, sino perder la capacidad de que eso te importe. El largo proceso (y quizás Lucas insiste demasiado en eso) que lleva al ex esclavo de Tatooine a la esclavitud de Palpatine sólo culmina en ese momento final en que descubre, como Fausto, que ya no tiene como excusa a Margarita, y que no hay vuelta atrás en sus decisiones.

Resulta interesante cómo los propios Jedi y el mismísimo Darth Sidious comparten casi el mismo objetivo, y sólo al final las posturas quedan claras: Lucas juguetea con un golpe de estado que podría haber dado cualquiera de las dos facciones, y es bellamente simbólico (la película juega muy bien con la simbología) que el enfrentamiento entre Yoda y Palpatine tenga lugar en un senado galáctico que ellos mismos van destruyendo en su batalla.

Del bello ballet de las dos naves gemelas cabriolando al principio de la película al temible ballet de la lucha en el planeta volcánico, Lucas tiene que diversificar la acción por una necesidad obvia: la presencia de Yoda en el planeta de los wookies sólo tiene por fin apartarlo de Coruscant y de la masacre; el general Grievous (¡un cyborg que tose!) existe para que Obi-Wan (el negociador, o sea, un Jedi débil) tenga su minuto de gloria y a la vez se hunda en la hecatombe que rodea a todos, en tanto que su solución final dista mucho de requerir el empleo de aquella arma noble de la que le habíamos oído hablar en otro tiempo futuro. Mantenida en un discreto y atosigante segundo plano, Padme es el macguffin de la historia, la excusa o el detonante alrededor de quien todo gira. Tan obstinada y ciega a lo que la rodea como el propio Anakin, sus apariciones son un crescendo dramático que, por desgracia, Lucas no se atreve a culminar en el momento climático en Mustafar. También los robots están, afortunadamente, casi de más, y sólo la pérdida de una línea de diálogo hace que nos extrañe la reacción de Bail Organa a bordo de la Tantive IV.

No es una película perfecta, les decía. Ninguna de las seis películas de Star Wars lo es, por otra parte. Personalmente, no me convence la lucha contra Mace Windu y la decisión tomada ni tampoco varios diálogos que, una vez más, chirrían. Pero, pensando en positivo, la eliminación sistemática de los Jedi se hace con un hermoso sentido poético y sus alusiones goyescas, y las dos o tres conversaciones con Palpatine son antológicas. En ese sentido, Ian McDiarmid se lleva el gato y el Jedi al agua, y, sí, aunque no lo dice expresamente con las palabras clave (esa línea se borró del guión), su mirada y su gesto son enormemente expresivos cuando mira de soslayo a Anakin y le revela que hubo un Lord Sith que aprendió a manipular a los midiclorianos para crear vida… y que su aprendiz lo mató. Y ojo al simpático detalle: mientras están en la ópera de Coruscant y Palpatine planta la semilla final para la creación de Darth Vader y revela sus cartas, vemos cómo en la pantalla tridimensional (o lo que sea) juguetean unos espermatozoides a punto para la fecundación. También juega Lucas (y la banda sonora de un más que inspirado John Williams lo refuerza sobremanera... hasta el punto de que cuando no suena la música las escenas de acción del principio parecen cojas) con la simbología coincidente entre el nacimiento de los gemelos y la nueva vida a la que está destinado el ahora enmascarado Darth Vader.

No quedan muchos cabos sueltos (y el mensaje de Kenobi a los Jedi supervivientes, obviamente, será el punto de partida de la serie de televisión), y quizá el deseo de atarlo todo cree cierta artificiosidad en la conclusión. Pero no quedaba más tiempo: Lucas y su saga han llegado al final. O sea, y pensando siempre en positivo, al principio: todavía nos espera un joven soñador que contempla esos soles gemelos que cierran la película; una princesa guerrera y respondona; un wookiee cobarde a quien libera de la esclavitud que aquí se vislumbra un sinvergüenza de buen corazón; y un viejo desencantado que será capaz de sonreír ante la muerte porque sabrá, de una mirada, que es más padre de su alumno que su propio padre biológico; y un arma genocida, y una lucha desesperada por la libertad, y un concepto teológico adecuadamente renacido y místico, la Fuerza, una Fuerza que, sí, nos acompañará ya. Siempre.
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Con el permiso de CRISEI, robo las líneas de su articulo que hasta el momento fue uno de los mas agradables a la hora de leerlos. y siendo un amante de Star Wars no creo que este tan alejada de la realidad (y la verdad que les dio palo a los anteriores episodios predecesores al episodio III).

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