¿Todos pierden en la guerra?
Según una vieja y sabia idea en una guerra todos pierden. Pero si somos un poco suspicaces, y analizamos tal percepción, podemos encontrar resultados un tanto diferentes. Si de balance de vidas humanas se trata, en una guerra clásica, en tanto que acto desesperado y último recurso de una nación para mantener su integridad, siempre se perderá vidas humanas. Desde ese punto de vista, una guerra siempre será una derrota para los contendientes, pues no importa cuántos sean los caídos, bastará uno solo como para aborrecer la guerra. Se podrá incluso apelar a la ventaja que significa el sacrificio de una minoría en beneficio de la mayoría, sobre todo en circunstancias en las que la vida de millones puede depender de un puñado de hombres. De todas formas, la pérdida de vidas humanas es grave, no importando si es nada más que una, porque detrás de aquel ignoto soldado que cae en la línea de combate, seguramente habrá un padre, una madre, hermanos, y quizás hijos, que llorarán por el ser amado que nunca más volverá.
Pero más allá de las consideraciones morales, el hecho de que las guerras se produzcan obedece a razones concretas y a veces claramente identificables. Las guerras, que casi siempre tienen un origen económico más que político o de otra índole, tienen por objetivo básico incrementar, o al menos resguardar los recursos con los que la nación puede desarrollarse normalmente, según su cultura lo exija.
Desde tiempos inmemoriales los principios que han dado pie a las más grandes contiendas se han sentado en la conquista o la defensa de los recursos, pero lo que entendemos justamente por recursos ha ido cambiando con el tiempo. Alguna vez éstos pudieron haber sido esclavos, campos de cultivo, animales, bosques, minerales, aguas, etc.
De los grandes conflictos originados por naciones con el fin de incrementar sus recursos, generalmente emergieron culturas prósperas y políticamente fuertes, aunque esclavizadoras, una vez que alcanzaron sus fines por medio de un triunfo militar. Si bien muchas de estas culturas que alguna vez fueron grandes naciones guerreras, expansionistas, ya casi se han extinguido, o lo han hecho por completo; si observamos el panorama internacional notaremos que habitualmente los grandes vencedores de las últimas grandes guerras son en alguna medida naciones prósperas. Por el otro lado, las guerras terminaban con la total miseria del vencido, y por razones socioculturales y económicas, la excepción a esta norma podrían ser Italia, Alemania, y principalmente Japón. Pero concentrándonos en la época misma de la guerra, en el combate, ¿alguien gana? Aparentemente sí.
Por ejemplo, cuando Alemania perdía la segunda guerra, e incluso antes de que ésta se iniciara, grandes empresarios germanos huyeron del país en busca de prosperidad. Obviamente no podían emigrar a Estados Unidos, donde eran rechazados por la población, y a veces ni siquiera a países como Suecia, del ámbito germánico, pero declarados neutrales. Mucha de esta migración se desarrolló hacia Suiza. Este pequeño y neutral país encerrado entre gigantes dio refugio también a criminales de guerra, científicos, intelectuales extremistas, etc.
Suiza, aunque afectada por el conflicto mundial, fue la única nación europea de aquella época que no se arrodilló ante la crisis mundial. Ni siquiera la España franquista, libre de los rojos, pudo alzar cabeza, económicamente hablando, en el contexto europeo. Y es que, además del botín que recauda el ganador de una guerra, también existen quienes se aprovechan de los propios efectos de un conflicto bélico, de la carroña posterior a la carnicería, cual verdaderos buitres.
En la actualidad, cuando las armas no tienen todo el poder de decisión a su favor, sí se libran batallas comerciales, que en el contexto de la post modernidad son, acaso con algunos matices, un reflejo de las antiguas guerras entre ejércitos regulares.
Hoy Bolivia libra una batalla diplomática con Chile por una reivindicación territorial. Conviene no ser ingenuos y pensar dos veces en si toda la ayuda que gentilmente se nos ofrece desde el exterior no tiene realmente una doble intención. La inocente y neutral suiza es una realidad política en tiempos de conflicto, sea éste militar, comercial o diplomático. Esta es una realidad histórica de la que Sudamérica no está ajena en la actualidad, porque a veces se gana más estando a la expectativa que tomando partido. En una contienda diplomática de nada más dos frentes, no permitamos que naciones piratas, limítrofes o extra limítrofes, aticen un fuego que finalmente no controlan, y que si escapa de nuestras manos, con seguridad terminará quemándonos.
Pero más allá de las consideraciones morales, el hecho de que las guerras se produzcan obedece a razones concretas y a veces claramente identificables. Las guerras, que casi siempre tienen un origen económico más que político o de otra índole, tienen por objetivo básico incrementar, o al menos resguardar los recursos con los que la nación puede desarrollarse normalmente, según su cultura lo exija.
Desde tiempos inmemoriales los principios que han dado pie a las más grandes contiendas se han sentado en la conquista o la defensa de los recursos, pero lo que entendemos justamente por recursos ha ido cambiando con el tiempo. Alguna vez éstos pudieron haber sido esclavos, campos de cultivo, animales, bosques, minerales, aguas, etc.
De los grandes conflictos originados por naciones con el fin de incrementar sus recursos, generalmente emergieron culturas prósperas y políticamente fuertes, aunque esclavizadoras, una vez que alcanzaron sus fines por medio de un triunfo militar. Si bien muchas de estas culturas que alguna vez fueron grandes naciones guerreras, expansionistas, ya casi se han extinguido, o lo han hecho por completo; si observamos el panorama internacional notaremos que habitualmente los grandes vencedores de las últimas grandes guerras son en alguna medida naciones prósperas. Por el otro lado, las guerras terminaban con la total miseria del vencido, y por razones socioculturales y económicas, la excepción a esta norma podrían ser Italia, Alemania, y principalmente Japón. Pero concentrándonos en la época misma de la guerra, en el combate, ¿alguien gana? Aparentemente sí.
Por ejemplo, cuando Alemania perdía la segunda guerra, e incluso antes de que ésta se iniciara, grandes empresarios germanos huyeron del país en busca de prosperidad. Obviamente no podían emigrar a Estados Unidos, donde eran rechazados por la población, y a veces ni siquiera a países como Suecia, del ámbito germánico, pero declarados neutrales. Mucha de esta migración se desarrolló hacia Suiza. Este pequeño y neutral país encerrado entre gigantes dio refugio también a criminales de guerra, científicos, intelectuales extremistas, etc.
Suiza, aunque afectada por el conflicto mundial, fue la única nación europea de aquella época que no se arrodilló ante la crisis mundial. Ni siquiera la España franquista, libre de los rojos, pudo alzar cabeza, económicamente hablando, en el contexto europeo. Y es que, además del botín que recauda el ganador de una guerra, también existen quienes se aprovechan de los propios efectos de un conflicto bélico, de la carroña posterior a la carnicería, cual verdaderos buitres.
En la actualidad, cuando las armas no tienen todo el poder de decisión a su favor, sí se libran batallas comerciales, que en el contexto de la post modernidad son, acaso con algunos matices, un reflejo de las antiguas guerras entre ejércitos regulares.
Hoy Bolivia libra una batalla diplomática con Chile por una reivindicación territorial. Conviene no ser ingenuos y pensar dos veces en si toda la ayuda que gentilmente se nos ofrece desde el exterior no tiene realmente una doble intención. La inocente y neutral suiza es una realidad política en tiempos de conflicto, sea éste militar, comercial o diplomático. Esta es una realidad histórica de la que Sudamérica no está ajena en la actualidad, porque a veces se gana más estando a la expectativa que tomando partido. En una contienda diplomática de nada más dos frentes, no permitamos que naciones piratas, limítrofes o extra limítrofes, aticen un fuego que finalmente no controlan, y que si escapa de nuestras manos, con seguridad terminará quemándonos.
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