DEMANDA MARITIMA BOLIVIANA - OEA
A concideracion suya, el texto completo del discurso del canciller boliviano Juan Ignacio Siles, ayer en la Asamblea de la OEA (Organizacion de Estados Americanos)realizada en la ciudad de Quito-Ecuador.
"Muchos fueron los líderes de la región que supieron leer los trágicos acontecimientos de octubre del 2003 acaecidos en mi país y que plantearon, de forma abierta e inequívoca, la necesidad de encontrar soluciones que reconozcan las legítimas demandas de la población boliviana. No se trataba simplemente de oír la voz más profunda del clamor popular, sino más bien de comprender que el enclaustramiento es un importante obstáculo que no el único, por supuesto para el desarrollo de Bolivia.
Bolivia gravita inobjetablemente sobre la región atlántica a través de la Cuenca Amazónica y de la Cuenca del Plata. Por el territorio boliviano pasarán cuatro de los ejes centrales de comunicación del IIRSA que facilitarán el transporte desde los estados del occidente del Brasil y desde el Paraguay hacia el Pacífico y también el paso de mercaderías desde el Perú y Chile hacia el Atlántico, por medio de la hidrovía Paraguay-Paraná.
Gravita asimismo, y en forma extraordinaria, sobre el norte de Chile y el sur del Perú. La Paz y El Alto, Oruro y Potosí se proyectan naturalmente hacia el Pacífico a través de las ciudades de Arica, Iquique y Antofagasta, en Chile, que se benefician del influjo de los habitantes de mi país, pero también mediante los Puertos de Ilo y de Matarani, en el Perú. Sobre todo este espacio converge el occidente de Bolivia, comercial, pero también humana y culturalmente.
Si Bolivia es el corazón de la región sin el cual no podemos hablar de integración, también es cierto que tenemos junto a la Argentina las reservas de gas natural más importantes de la región después de las de Venezuela. Por ello, Bolivia ha iniciado una nueva etapa en su historia económica signada por nuestra riqueza energética, que puede convertirse en el factor que fije las condiciones para un desarrollo equitativo del país y que, al mismo tiempo, sirva de eje integrador de esta parte del continente. El gas natural puede ser, junto a los recursos hídricos, el elemento que determine la creación de un espacio de desarrollo en lo que viene a ser la zona que conforman el occidente de Bolivia, el norte de Chile y el sur del Perú. Es allí donde nuestras economías y nuestras culturas mejor podrían complementarse. Es allí donde podríamos construir una zona común de paz y de bienestar social perdurable.
Es allí donde estamos destinados o, si se prefiere, estamos condenados a buscar soluciones conjuntas a nuestros problemas, superando de una buena vez los obstáculos que han impedido el verdadero encuentro de nuestros pueblos.
Bajo esta premisa, Bolivia y Perú están trabajando ya en esta visión de complementariedad. El próximo 4 de agosto, en Ilo, suscribiremos en presencia de nuestros jefes de Estado, un Tratado de Integración, Mercado Común y Cooperación, que marca un hito en el proceso de vinculación económica y social de nuestros países.
Pero el mayor freno para este futuro de integración, qué duda cabe, es el enclaustramiento al que Bolivia se ha visto sometida desde la Guerra del Pacífico, oportunidad en la que no sólo perdimos 400 km de costa y 120.000 Km2 de territorio, cuatro puertos y siete caletas, sino también la cualidad marítima que nos permitía conectarnos con el mundo, ser ciudadanos marítimos del mundo. Hacia la recuperación de esa cualidad marítima es que apunta hoy nuestra reivindicación.
El referéndum de consulta popular al que ha convocado el presidente Mesa y que se realizará en Bolivia el 18 de julio próximo está relacionado con el uso y la propiedad de los hidrocarburos e incluye, precisamente, una pregunta sobre la posible utilización del gas natural como recurso estratégico, vale decir como herramienta de negociación que nos permita alcanzar el logro de una salida útil y soberana al océano Pacífico.
Porque si no encontramos una respuesta imaginativa que nos abra las puertas al mundo, la zona a la que nos hemos referido anteriormente carecerá del factor energético determinante que redefina su crecimiento y su progreso. Sólo así superaremos los resquemores, las desconfianzas, los estereotipos que todavía hoy nos atenazan.
No desestimamos soluciones parciales como las que mencionó en Monterrey el Presidente de Chile porque podrían ser un interesante elemento inicial de negociación que permitiría el establecimiento de una zona económica exclusiva, pero estas propuestas no incluyen una respuesta definitiva al tema de un puerto por el cual exportar e importar libre y soberanamente, y tampoco nos posibilitan el uso de un mar territorial propio.
Deseo señalar que no he venido aquí a crear polémica. No busco confrontación alguna. Me trae, más bien, un espíritu de reencuentro, un reencuentro que haga realidad lo dicho en el Art. Primero del Tratado de 1904 entre Bolivia y Chile, del cual se conmemoran 100 años en octubre próximo. No está en nuestro ánimo hoy en día crear una controversia en torno a un tratado que, por cierto, fue revisado en cuatro oportunidades entre 1907 y 1908 a pedido de Chile. No. Lo que queremos es fijar las condiciones para una discusión entre los países involucrados para solucionar nuestro enclaustramiento.
La evolución del derecho internacional nos sitúa frente a nuevos desafíos y abre nuevas opciones de discusión. Busquemos pues soluciones que satisfagan a todos.
Sí, lo he manifestado con toda claridad, porque Bolivia tiene ante sí el reto de tener que hacer propuestas que respondan a nuestra opinión pública, que satisfagan a Chile y a su opinión pública y, por qué no decirlo, que no dejen de lado a nuestros hermanos del Perú.
La solución debe necesariamente ser beneficiosa para los tres países y, al serlo, será favorable para toda la región. No se trata de restar, sino de sumar. El mayor desarrollo del occidente boliviano favorecerá también al sur del Perú y al norte de Chile y así sucesivamente. Nada puede interesar más a toda la región y al hemisferio, porque bajo las actuales circunstancias nadie suma.
Algunos medios de comunicación pretenden mostrar el tratamiento del tema 5 de la agenda de la Asamblea como una batalla en la que necesariamente habrá ganadores y perdedores. Nada más equivocado. Si hay diálogo hay integración y si hay integración ganamos todos. De lo contrario, es la región entera la que pierde.
La presente situación daña a nuestra economía, afecta al desarrollo y bienestar de los bolivianos e incide en nuestras posibilidades de inserción internacional. En realidad, la falta de acceso al mar perjudica seriamente el normal desenvolvimiento de muchos de los países en vías de desarrollo que comparten con nosotros el enclaustramiento: es la tragedia de la mediterraneidad, como ha señalado sabiamente hace pocas semanas el presidente Duarte del Paraguay durante la visita que le hizo el presidente Lagos de Chile, aunque los bolivianos no tengamos por qué reconocernos como mediterráneos, porque nacimos a la vida independiente sin serlo. Y ésa es quizá nuestra mayor tragedia.
Debo decir, en todo caso, y lo señalo con hidalguía y con reconocimiento, que han sido muchos los chilenos que han expresado solidariamente y con firmeza la necesidad de buscar y encontrar soluciones que destraben el problema.
Citaré, para comenzar, a dos escritores por quienes siento una profunda admiración literaria. El gran poeta chileno Vicente Huidobro señalaba en 1938: Es curioso cómo los hombres se alarman por cualquier cosa. Bolivia pide un puerto. ¿Hay algo más lógico? (...) Nosotros los chilenos, en el caso de los bolivianos, ¿no querríamos tener salida al mar?. Y en enero de este año otro chileno, el novelista Jorge Edwards, premio Cervantes de las Letras, manifestaba: El cono sur latinoamericano podría constituir un espacio de relaciones ejemplares, de desarrollo, de solidaridad regional, de estabilidad, y no consigue serlo. Reducir esto a una cuestión de tratados, de fórmulas, de viejas prácticas diplomáticas, es una argucia o una irremediable limitación. (...) tenemos aquí, en nuestras fronteras, a la vista de todos, un problema que salta a la vista y que puede no ser jurídico, pero que sí es político, humano, histórico, de cultura.
Podría nombrar a muchos otros, personalidades de cuyo patriotismo nadie podría dudar. Me refiero para comenzar al presidente Domingo Santa María, que creó una verdadera corriente bolivianista en Chile, a su hijo Ignacio o, más recientemente, a Don Oscar Pinochet de la Barra, a Carlos Bustos, a Leonardo Jeff, a Pedro Godoy y a tantos otros que han tomado conciencia de la imperiosa necesidad de encontrar soluciones que sean convenientes para ambos países.
Se hace imprescindible avanzar en la búsqueda de soluciones imaginativas, pero la palabra imaginativa no puede significar la renuncia a la soberanía.
Mejorar el régimen de libre tránsito es insuficiente. Demandamos pues un espacio de costa, útil, soberano, con continuidad territorial hacia nuestro actual territorio, que no esté sometido a la tutela de ningún otro país y que no corte la continuidad territorial de Chile. Si la imaginación conllevara coartar el fondo mismo de nuestra reivindicación, entonces perdería la esencia creativa de su razón de ser. El concepto de soberanía se ha ido ampliando en los últimos tiempos y ello debería facilitar el proceso mismo de una negociación.
Chile ha señalado también con insistencia en los últimos meses que la única manera de reiniciar un diálogo entre los dos países es a través de la reapertura de relaciones diplomáticas. Ese es también nuestro objetivo. Sin embargo, los bolivianos estamos esperando una previa demostración clara por parte de las autoridades chilenas de que ese diálogo nos llevará a la solución del enclaustramiento. Por ahora, la ausencia de relaciones diplomáticas debe entenderse como una muestra de la existencia de un asunto a ser resuelto en el hemisferio.
Para iniciar cualquier conversación debemos antes que nada estar dispuestos a ello. Tenemos que tener voluntad política para solucionar los temas que nos separan. Sólo así podremos establecer el marco favorable para crecer juntos, para ampliar las condiciones destinadas a profundizar los acuerdos comerciales, las mutuas inversiones, en fin, para integrarnos en forma pacífica. Si bien consideramos que el asunto es en última instancia bilateral, nadie podrá negar las profundas consecuencias que para la integración de toda la región tiene nuestro enclaustramiento, no sólo por los efectos que tiene para nuestro desarrollo, sino por las dificultades que supone para la intercomunicación regional.
En todo caso, son once las resoluciones de la Asamblea General que reconocen que el arreglo del asunto es un tema de interés hemisférico permanente, según establece la resolución de 1979 aprobada en La Paz. No en vano, en 1983, la resolución fue incluso copatrocinada por el Estado chileno. Ya no se requiere evidentemente de nuevas resoluciones y es por ello que en esta ocasión no hemos propuesto ninguna. Tampoco debe desconocerse que el inciso c) del Artículo Segundo de la Carta de la Organización de los Estados Americanos indica entre los propósitos esenciales de nuestra Organización: prevenir las posibles causas de dificultades y asegurar la solución pacífica de controversias que surjan entre los Estados miembros.
Por lo demás, es en la OEA donde los países de menor desarrollo relativo encontramos el eco para plantear nuestras inquietudes cuando no encontramos respuestas en el ámbito bilateral.
Es necesario entonces que hagamos el esfuerzo de situarnos por una vez en la posición del otro. Lo que se requiere hoy en día es de decisiones, de apertura hacia el interés regional común, de vocación por la paz y el buen entendimiento entre las naciones.
Ha llegado la hora de realizar un encuentro entre los dos presidentes, el de Bolivia y el de Chile, para que acuerden e instruyan entablar una negociación seria, abierta, y sin exclusiones que permita a los dos países encontrar las fórmulas para resolver uno de los pocos problemas históricos que aún quedan pendientes en el hemisferio.
No puede desconocerse lo que ya se ha alcanzado en el pasado y por ello consideramos que deben tomarse en cuenta las negociaciones de 1950, de 1975 y de 1987 como punto de partida, sin olvidar que en aquellas ocasiones surgieron obstáculos e incomprensiones que echaron por tierra todo el proceso y que hoy, con una visión más amplia, pueden enfrentarse si hay voluntad política. Tampoco dejemos de lado las conversaciones que a lo largo de estos últimos años se llevaron adelante para estudiar la posibilidad de establecer una zona económica especial. Nuestra única exigencia es que encontremos una solución que viabilice el ejercicio de la soberanía marítima para mi país. A pesar de las marcadas diferencias surgidas en los últimos meses, el Gobierno boliviano considera que todavía es posible encontrar y proseguir el hilo de negociaciones previas. Que no sea ésta una nueva oportunidad perdida, término utilizado hace ya más de 20 años por el ilustre boliviano Wálter Montenegro para referirse a todos los intentos fallidos de negociación.
Invito pues a Doña Soledad Alvear, distinguida Canciller de Chile, a que seamos nosotros los que demos continuidad a la constructiva reunión que sostuvimos el pasado día domingo, la que, a partir del reconocimiento de nuestras diferencias, ha dado inicio a este proceso de reencuentro de dos países que deben y pueden reconciliarse, porque enfrentan la opción de construir conjuntamente un destino común, y a los demás cancilleres del hemisferio a que nos acompañen en este ineludible desafío"
"Muchos fueron los líderes de la región que supieron leer los trágicos acontecimientos de octubre del 2003 acaecidos en mi país y que plantearon, de forma abierta e inequívoca, la necesidad de encontrar soluciones que reconozcan las legítimas demandas de la población boliviana. No se trataba simplemente de oír la voz más profunda del clamor popular, sino más bien de comprender que el enclaustramiento es un importante obstáculo que no el único, por supuesto para el desarrollo de Bolivia.
Bolivia gravita inobjetablemente sobre la región atlántica a través de la Cuenca Amazónica y de la Cuenca del Plata. Por el territorio boliviano pasarán cuatro de los ejes centrales de comunicación del IIRSA que facilitarán el transporte desde los estados del occidente del Brasil y desde el Paraguay hacia el Pacífico y también el paso de mercaderías desde el Perú y Chile hacia el Atlántico, por medio de la hidrovía Paraguay-Paraná.
Gravita asimismo, y en forma extraordinaria, sobre el norte de Chile y el sur del Perú. La Paz y El Alto, Oruro y Potosí se proyectan naturalmente hacia el Pacífico a través de las ciudades de Arica, Iquique y Antofagasta, en Chile, que se benefician del influjo de los habitantes de mi país, pero también mediante los Puertos de Ilo y de Matarani, en el Perú. Sobre todo este espacio converge el occidente de Bolivia, comercial, pero también humana y culturalmente.
Si Bolivia es el corazón de la región sin el cual no podemos hablar de integración, también es cierto que tenemos junto a la Argentina las reservas de gas natural más importantes de la región después de las de Venezuela. Por ello, Bolivia ha iniciado una nueva etapa en su historia económica signada por nuestra riqueza energética, que puede convertirse en el factor que fije las condiciones para un desarrollo equitativo del país y que, al mismo tiempo, sirva de eje integrador de esta parte del continente. El gas natural puede ser, junto a los recursos hídricos, el elemento que determine la creación de un espacio de desarrollo en lo que viene a ser la zona que conforman el occidente de Bolivia, el norte de Chile y el sur del Perú. Es allí donde nuestras economías y nuestras culturas mejor podrían complementarse. Es allí donde podríamos construir una zona común de paz y de bienestar social perdurable.
Es allí donde estamos destinados o, si se prefiere, estamos condenados a buscar soluciones conjuntas a nuestros problemas, superando de una buena vez los obstáculos que han impedido el verdadero encuentro de nuestros pueblos.
Bajo esta premisa, Bolivia y Perú están trabajando ya en esta visión de complementariedad. El próximo 4 de agosto, en Ilo, suscribiremos en presencia de nuestros jefes de Estado, un Tratado de Integración, Mercado Común y Cooperación, que marca un hito en el proceso de vinculación económica y social de nuestros países.
Pero el mayor freno para este futuro de integración, qué duda cabe, es el enclaustramiento al que Bolivia se ha visto sometida desde la Guerra del Pacífico, oportunidad en la que no sólo perdimos 400 km de costa y 120.000 Km2 de territorio, cuatro puertos y siete caletas, sino también la cualidad marítima que nos permitía conectarnos con el mundo, ser ciudadanos marítimos del mundo. Hacia la recuperación de esa cualidad marítima es que apunta hoy nuestra reivindicación.
El referéndum de consulta popular al que ha convocado el presidente Mesa y que se realizará en Bolivia el 18 de julio próximo está relacionado con el uso y la propiedad de los hidrocarburos e incluye, precisamente, una pregunta sobre la posible utilización del gas natural como recurso estratégico, vale decir como herramienta de negociación que nos permita alcanzar el logro de una salida útil y soberana al océano Pacífico.
Porque si no encontramos una respuesta imaginativa que nos abra las puertas al mundo, la zona a la que nos hemos referido anteriormente carecerá del factor energético determinante que redefina su crecimiento y su progreso. Sólo así superaremos los resquemores, las desconfianzas, los estereotipos que todavía hoy nos atenazan.
No desestimamos soluciones parciales como las que mencionó en Monterrey el Presidente de Chile porque podrían ser un interesante elemento inicial de negociación que permitiría el establecimiento de una zona económica exclusiva, pero estas propuestas no incluyen una respuesta definitiva al tema de un puerto por el cual exportar e importar libre y soberanamente, y tampoco nos posibilitan el uso de un mar territorial propio.
Deseo señalar que no he venido aquí a crear polémica. No busco confrontación alguna. Me trae, más bien, un espíritu de reencuentro, un reencuentro que haga realidad lo dicho en el Art. Primero del Tratado de 1904 entre Bolivia y Chile, del cual se conmemoran 100 años en octubre próximo. No está en nuestro ánimo hoy en día crear una controversia en torno a un tratado que, por cierto, fue revisado en cuatro oportunidades entre 1907 y 1908 a pedido de Chile. No. Lo que queremos es fijar las condiciones para una discusión entre los países involucrados para solucionar nuestro enclaustramiento.
La evolución del derecho internacional nos sitúa frente a nuevos desafíos y abre nuevas opciones de discusión. Busquemos pues soluciones que satisfagan a todos.
Sí, lo he manifestado con toda claridad, porque Bolivia tiene ante sí el reto de tener que hacer propuestas que respondan a nuestra opinión pública, que satisfagan a Chile y a su opinión pública y, por qué no decirlo, que no dejen de lado a nuestros hermanos del Perú.
La solución debe necesariamente ser beneficiosa para los tres países y, al serlo, será favorable para toda la región. No se trata de restar, sino de sumar. El mayor desarrollo del occidente boliviano favorecerá también al sur del Perú y al norte de Chile y así sucesivamente. Nada puede interesar más a toda la región y al hemisferio, porque bajo las actuales circunstancias nadie suma.
Algunos medios de comunicación pretenden mostrar el tratamiento del tema 5 de la agenda de la Asamblea como una batalla en la que necesariamente habrá ganadores y perdedores. Nada más equivocado. Si hay diálogo hay integración y si hay integración ganamos todos. De lo contrario, es la región entera la que pierde.
La presente situación daña a nuestra economía, afecta al desarrollo y bienestar de los bolivianos e incide en nuestras posibilidades de inserción internacional. En realidad, la falta de acceso al mar perjudica seriamente el normal desenvolvimiento de muchos de los países en vías de desarrollo que comparten con nosotros el enclaustramiento: es la tragedia de la mediterraneidad, como ha señalado sabiamente hace pocas semanas el presidente Duarte del Paraguay durante la visita que le hizo el presidente Lagos de Chile, aunque los bolivianos no tengamos por qué reconocernos como mediterráneos, porque nacimos a la vida independiente sin serlo. Y ésa es quizá nuestra mayor tragedia.
Debo decir, en todo caso, y lo señalo con hidalguía y con reconocimiento, que han sido muchos los chilenos que han expresado solidariamente y con firmeza la necesidad de buscar y encontrar soluciones que destraben el problema.
Citaré, para comenzar, a dos escritores por quienes siento una profunda admiración literaria. El gran poeta chileno Vicente Huidobro señalaba en 1938: Es curioso cómo los hombres se alarman por cualquier cosa. Bolivia pide un puerto. ¿Hay algo más lógico? (...) Nosotros los chilenos, en el caso de los bolivianos, ¿no querríamos tener salida al mar?. Y en enero de este año otro chileno, el novelista Jorge Edwards, premio Cervantes de las Letras, manifestaba: El cono sur latinoamericano podría constituir un espacio de relaciones ejemplares, de desarrollo, de solidaridad regional, de estabilidad, y no consigue serlo. Reducir esto a una cuestión de tratados, de fórmulas, de viejas prácticas diplomáticas, es una argucia o una irremediable limitación. (...) tenemos aquí, en nuestras fronteras, a la vista de todos, un problema que salta a la vista y que puede no ser jurídico, pero que sí es político, humano, histórico, de cultura.
Podría nombrar a muchos otros, personalidades de cuyo patriotismo nadie podría dudar. Me refiero para comenzar al presidente Domingo Santa María, que creó una verdadera corriente bolivianista en Chile, a su hijo Ignacio o, más recientemente, a Don Oscar Pinochet de la Barra, a Carlos Bustos, a Leonardo Jeff, a Pedro Godoy y a tantos otros que han tomado conciencia de la imperiosa necesidad de encontrar soluciones que sean convenientes para ambos países.
Se hace imprescindible avanzar en la búsqueda de soluciones imaginativas, pero la palabra imaginativa no puede significar la renuncia a la soberanía.
Mejorar el régimen de libre tránsito es insuficiente. Demandamos pues un espacio de costa, útil, soberano, con continuidad territorial hacia nuestro actual territorio, que no esté sometido a la tutela de ningún otro país y que no corte la continuidad territorial de Chile. Si la imaginación conllevara coartar el fondo mismo de nuestra reivindicación, entonces perdería la esencia creativa de su razón de ser. El concepto de soberanía se ha ido ampliando en los últimos tiempos y ello debería facilitar el proceso mismo de una negociación.
Chile ha señalado también con insistencia en los últimos meses que la única manera de reiniciar un diálogo entre los dos países es a través de la reapertura de relaciones diplomáticas. Ese es también nuestro objetivo. Sin embargo, los bolivianos estamos esperando una previa demostración clara por parte de las autoridades chilenas de que ese diálogo nos llevará a la solución del enclaustramiento. Por ahora, la ausencia de relaciones diplomáticas debe entenderse como una muestra de la existencia de un asunto a ser resuelto en el hemisferio.
Para iniciar cualquier conversación debemos antes que nada estar dispuestos a ello. Tenemos que tener voluntad política para solucionar los temas que nos separan. Sólo así podremos establecer el marco favorable para crecer juntos, para ampliar las condiciones destinadas a profundizar los acuerdos comerciales, las mutuas inversiones, en fin, para integrarnos en forma pacífica. Si bien consideramos que el asunto es en última instancia bilateral, nadie podrá negar las profundas consecuencias que para la integración de toda la región tiene nuestro enclaustramiento, no sólo por los efectos que tiene para nuestro desarrollo, sino por las dificultades que supone para la intercomunicación regional.
En todo caso, son once las resoluciones de la Asamblea General que reconocen que el arreglo del asunto es un tema de interés hemisférico permanente, según establece la resolución de 1979 aprobada en La Paz. No en vano, en 1983, la resolución fue incluso copatrocinada por el Estado chileno. Ya no se requiere evidentemente de nuevas resoluciones y es por ello que en esta ocasión no hemos propuesto ninguna. Tampoco debe desconocerse que el inciso c) del Artículo Segundo de la Carta de la Organización de los Estados Americanos indica entre los propósitos esenciales de nuestra Organización: prevenir las posibles causas de dificultades y asegurar la solución pacífica de controversias que surjan entre los Estados miembros.
Por lo demás, es en la OEA donde los países de menor desarrollo relativo encontramos el eco para plantear nuestras inquietudes cuando no encontramos respuestas en el ámbito bilateral.
Es necesario entonces que hagamos el esfuerzo de situarnos por una vez en la posición del otro. Lo que se requiere hoy en día es de decisiones, de apertura hacia el interés regional común, de vocación por la paz y el buen entendimiento entre las naciones.
Ha llegado la hora de realizar un encuentro entre los dos presidentes, el de Bolivia y el de Chile, para que acuerden e instruyan entablar una negociación seria, abierta, y sin exclusiones que permita a los dos países encontrar las fórmulas para resolver uno de los pocos problemas históricos que aún quedan pendientes en el hemisferio.
No puede desconocerse lo que ya se ha alcanzado en el pasado y por ello consideramos que deben tomarse en cuenta las negociaciones de 1950, de 1975 y de 1987 como punto de partida, sin olvidar que en aquellas ocasiones surgieron obstáculos e incomprensiones que echaron por tierra todo el proceso y que hoy, con una visión más amplia, pueden enfrentarse si hay voluntad política. Tampoco dejemos de lado las conversaciones que a lo largo de estos últimos años se llevaron adelante para estudiar la posibilidad de establecer una zona económica especial. Nuestra única exigencia es que encontremos una solución que viabilice el ejercicio de la soberanía marítima para mi país. A pesar de las marcadas diferencias surgidas en los últimos meses, el Gobierno boliviano considera que todavía es posible encontrar y proseguir el hilo de negociaciones previas. Que no sea ésta una nueva oportunidad perdida, término utilizado hace ya más de 20 años por el ilustre boliviano Wálter Montenegro para referirse a todos los intentos fallidos de negociación.
Invito pues a Doña Soledad Alvear, distinguida Canciller de Chile, a que seamos nosotros los que demos continuidad a la constructiva reunión que sostuvimos el pasado día domingo, la que, a partir del reconocimiento de nuestras diferencias, ha dado inicio a este proceso de reencuentro de dos países que deben y pueden reconciliarse, porque enfrentan la opción de construir conjuntamente un destino común, y a los demás cancilleres del hemisferio a que nos acompañen en este ineludible desafío"
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Bene -
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