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En Offside

En Offside

Un recuerdo al Maestro Ugarte; otro recuerdo al Negro Fontanarrosa y un cuento futbolero.

Recuerdo aquel día que conocí al maestro Ugarte, el mejor jugador boliviano de todos los tiempos. Yo andaba con mi padre de la mano (lo suficiente chico para entrar gratis al Stadium) a pocas horas de ver un clásico, bordeábamos al gigante Siles y Ugarte venia en dirección contraria con una camisa celeste y unas canas blancas que le daban cierto contraste a su rostro moreno y sus arrugas, mi viejo le grito ¡MAESTRO! como solo aquel fiel de sus jugadas cargadas de magia podía hacerlo, el grito no fue por menos débil, mas de un curioso dio vuelta para ver al que se merecía semejante grito cariñoso. El viejo Ugarte solo atino a levantar la mano, lanzar una sonrisa y devolver el saludo, con la humildad que solo puede hacerlo un genio. Fueron minutos después que mi padre empezó a contarme las historias de Víctor Agustín Ugarte y mediante el, sus propias historias que lo hacían escurrirse por los recovecos del viejo Siles para verlo jugar o buscar algún trabajo con las vendedoras del stadium, que solo era una excusa para ver en lugar de privilegio al mago hacer su espectáculo en el rectángulo verde. Decir que el maestro Ugarte fue piedra angular de aquella seleccion boliviana de 1963 en la Copa America con Bolivia Campeon en condición de invicto, ganándole a Brasil en la final por 4-3 (video, link Youtube) es decir demasiado.

Es por esa razón, en la que yo mismo intercalaba historias de mi padre y las del maestro Ugarte como una sola, que quizás cuando supe la muerte de Ugarte me invadió una tristeza infinita, el mago del balón que había conocido desde los ojos y las historias de mi padre se había ido, el héroe era muy humano y en medio de la pobreza había dejado de existir.

Similar tristeza me causa, ahora, la muerte de otro genio del fútbol, El negro Fontanarrosa, a quien jamás conocí personalmente, pero lo conocí desde siempre gracias a sus historias futboleras. Argentino, pero antes Rosarino como solo su casaca del Rosario Central podría corroborar. Jamás fue un genio con la pelota, era un don que la diosa del viento le había negado, y ante aquellos impedimentos decidió escribir: "Yo llego a escribir de fútbol porque me gusta el fútbol, no porque me guste la literatura. Me gusta la literatura, sí, pero me gusta más el fútbol" (Video entrevista, link). Y como bien dice Gustavo: Hay algo profundamente inteligente en esa frase: en ella hay una razón moral que entiende el arte como celebración de la vida.

Roberto nos ha dejado, el negro y su partida nos han pescado en offside a los que hemos vivido a través de sus historias el otro fútbol maravilloso, lleno de ironías, emoción, dramas y risas, quedamos huérfanos con el solo consuelo de sus letras y sus jugadas magnificas trasladadas al papel. Porque el Negro también ha sido un Ugarte, un Maradona o un Pele, con su incontenible magia y sus incontables golazos.

La Barrera

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante ésta, la última oportunidad del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró Tornino...! y... se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá... sí la guardo... está bien... pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.

("La Barrera" - Cuentos e historias, Negro Fontanarrosa).

Nos hemos quedado sin otro hincha del fútbol.

Lea También:
Con F de Fútbol y Fontanarrosa.
El imposible adiós a un verdadero grande (Pagina/12).
Que lo Pario / El fútbol según Fontanarrosa (Soles Digital).

2 comentarios

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