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Requiem a un siglo y sus iconos

El Papa murió “en vivo” y en directo, y junto a él murió un poquito más el viejo siglo XX. Se mueren Los Beatles, se muere Paz Estenssoro, se muere Arafat, se muere Karol Wojtyla, y la sensación que nos embarga es el de una procesión en la que vamos camino al entierro de nuestro viejo y entrañable mundo del siglo pasado. Solamente falta que se nos muera El Barbón de la isla caribeña para terminar de sentirnos en el abandono de un mundo en el que los nuevos referentes son más bien parecidos a Bill Gates o a George W.



Nostálgicos. Así nos ponemos cuando se nos va a pedacitos del mundo en el que nos criamos. Y convengamos: desde los ojos de la nostalgia, no hay ni buenos ni malos, todos somos más o menos cómplices de nuestro pasado y del resultado horroroso que hoy llamamos presente. Así resulta que moros y cristianos pasamos la semana con los ojos aguachentos asistiendo a telegénica agonía del Papa polaco que lideró con mano de hierro la Iglesia Católica durante más de un cuarto de siglo.

De la talla de su personalidad y de su liderazgo nadie podrá dudar. Sin duda se trata de un hombre excepcional que imprimió a su pontificado un sello de audacia y arrojo no muy habitual en la alta política vaticana. Y es que quien crea que la religión no tiene que ver con la política, está ignorando una historia común, que durante muchos siglos no permitía hacer la diferencia entre una y otra. A pesar de que en los últimos tiempos se ha producido una distinción más nítida entre Estado e iglesia, entre religión y política, el peso de la iglesia en asuntos políticos sigue siendo importantísimo. Este no es un fenómeno exclusivo de la Iglesia Católica; esta relación se presenta de manera más evidente y estrecha en el caso del islamismo.

A no dudarlo, el papa Juan Pablo II asumió una agresiva posición política que tuvo mucho que ver con su experiencia de vida. El hecho de venir de un país de la esfera soviética, en la cual las libertades para la práctica de la religión estaban restringidas, debió de haber sido un factor fundamental en su futuro accionar político. Él, más que nadie sabía de la importancia para la iglesia de ese enorme “mercado” de fieles que habían quedado atrapados fuera del alcance real de la Iglesia.

Su compromiso con el Movimiento Solidaridad de su compatriota Leich Walessa se tradujo en el principio del fin del bloque socialista. La red semiclandestina de iglesias en todas las repúblicas soviéticas actuó en consecuencia y fue un factor determinante en el derribamiento del tambaleante coloso “comunista”, que para esas épocas ya andaba para pocas. No es entonces gratuita la reputación que se ganó el Papa, como el político que tumbó el comunismo, rompiendo así el equilibrio bipolar que hasta ese momento se mantenía en el mundo. Otros son más duros y sostienen que en realidad Wojtila fue nomás el Papa del capitalismo y la globalización. Se suma a este perfil de hombre aliado y permisivo con “las derechas”, su reconocido conservadurismo doctrinal en temas que se discuten con mucha más amplitud en sectores más progresistas de la Iglesia.

Pero repito, desde la nostalgia, nadie es tan bueno ni tan malo. La otra cara del Papa, ganada también a pulso, fue la del hombre piadoso, sensible y profundamente comprometido con los más pobres y desposeídos.

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