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Star Wars: Sueños de imperio, reyes, magos y demonios

Star Wars: Sueños de imperio, reyes, magos y demonios Como resumir una vida de sueños de galaxias, una niñez donde veias a los soldados blancos como heroes de un imperio y a los malditos rebeldes como los enemigos de ellos. Una generacion completa cambio despues de Star Wars, no solo por lo grande que se venia sino porque cambio la forma de ver el cine.
Allí estaban el rey Arturo, y Mordred, y Merlín. Allí estaban las películas de piratas, los westerns, el gusano de arena de Dune. Allí estaba el cine bélico, las aventuras de capa y espada, Flash Gordon y Starlord Errol Flynn y Red Sonja, el Gordo y el Flaco, María de Metrópolis, Frodo Bolsón y la reina de Frigia. Estaba nuestra infancia entera, nuestro pasado y nuestro futuro entrelazados en una pirueta de fantasía y magia No ha habido una película que nos cautivara más, que se hiciera más a propósito para nosotros. Vivíamos una época de trascendencia, un quiero y no puedo de adulteces y poesía viva, pero en aquella sala oscura, ante aquel espectáculo de maravilla, arrullados por John Williams, comprendimos que siempre tendríamos dentro un pedazo de esa sensación, siempre buscaríamos en el bolsillo el trocito de pan para no perdernos en el bosque, porque también nosotros habíamos salido, como Luke, como Lucas, de un viejo cuento de hadas Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana...

Si algo puede definir La Guerra de las Galaxias es su simplicidad, una sencillez que es fruto de un trabajo de investigación o de reflexión maduro y amoroso. A lo largo de los años setenta, la ciencia-ficción cinematográfica parecía haberse anquilosado, vencida por la apabullante metafísica de 2001 y los despropósitos de las continuaciones de El planeta de los simios.
Lo que George Lucas presentó en su película fue la estilización no ya de un género, sino de una sensación. Hizo cine a costa del cine, de la cultura popular del siglo. Dudo mucho que en el futuro pueda entenderse Star Wars sin la obligación o la necesidad de captar al mismo tiempo las influencias, los matices, las alusiones a películas de series B y filmografías de culto, sin la amalgama de tebeos y filosofía pseudo-ocultista. Lucas acabó por desnudar tanto al medio, a los géneros, que hizo un film de filmes, como a veces se acusa, pero desde dentro, regurgitando todo lo devorado a través de años de lector, espectador, consumidor. En cierto sentido, hizo una película para el inconsciente colectivo, no sólo para un grupo de fans rendidos ya de antemano. Y lo hizo curiosamente desde la soledad, a contracorriente, sin confiar siquiera en el factor sorpresa que lo auparía al titán de producción que es hoy. Tenía detrás un montón de millones de dólares, pero fue un salto en el vacío que demostró que Lucas entendía la forma de sentir de su generación mejor que ella misma y era capaz de influir en la de las venideras. Cuando el cine de los años precedentes se poblaba de jóvenes cachorros deseosos de comerse el mundo con la pretenciosidad y el engolamiento propios de la edad, Lucas dejó a un lado sus pretensiones y se sumergió en el mismo proceso revisionista de la juventud inmediatamente arrinconada.



Ya sabemos que La Guerra de las Galaxias no es, en muchos aspectos, una película de ciencia-ficción. El propio Lucas la definía en su momento como una "fantasía espacial", y muy pronto se acuñaría el término "cuento de hadas galáctico" para describir esa mezcolanza de historias de guerra y humor, de aventura adolescente y película de cine de barrio de alto presupuesto. Desde luego, no hay en ella nada de especulación sobre futuros o pasados, sobre la técnica y sus consecuencias, sobre el destino del hombre como especie. Es una película simple, ya lo decía. Infantil, sí. La ciencia-ficción que se presenta es ciencia ficción de tebeo, de novela de a duro. Pero la tecnología que arropa la trama está lejos de los cohetes en forma de pirulí y los remaches brillantes. Y el vestuario impulsó al género al futuro, olvidando los trajes plateados y las botas de caña para siempre jamás. Después, la crítica ha loado siempre ese universo sucio y sudoroso de Alien, el octavo pasajero, pero ese mundo de grima, ese futuro gastado ya aparecía en Star Wars (robots destrozados cuando no decididamente roñosos, ancianos con harapos, carroñeros desérticos, un espacio-puerto vulgar, contenedores de basura, naves llenas de óxido), aunque quizá lo luminoso de la fotografía ocultara demasiado ese detalle. Para remate, la acertada elección de John Williams como responsable de la banda sonora, convirtió a ese elemento indispensable en toda película, hasta entonces gusto especializado de una minoría, en moda que todavía perdura.
Mucho se ha hablado de la gran jugada de Lucas en el proceso de negociación con el estudio, cómo se quedó para sí con los derechos de merchandising de sus películas. Tal vez a los avispados productores de Hollywood se les pasó por alto el detalle de que Lucas había invertido parte de los beneficios de su "American Grafitti" en abrir una librería especializada en comics, de ahí que conociera a la perfección cómo respiran los fans, y acudiera directamente a Marvel para cederles la adaptación al tebeo de su historia. Hoy, más de veinte años después, parece que lo que más nos choca y molesta de la trilogía es precisamente su manera de venderse y explotarse, de aparecer de mil formas distintas en un millar de sitios diferentes, pero entonces fue maná caído del cielo para muchos de nosotros. La ciencia ficción (bueno, esa ciencia ficción) dejó de ser tabú, nuestro gusto dejó de ser propio de tontitos y ante nuestros ojos atónitos el efecto galáctico se multiplicaba desde la Coca-Cola a la música disco, pasando por las colecciones de cromos que nos hicieron revivir, con cierto rubor, pasajes olvidados de la infancia. Star Wars fue la primera película, tal vez, que vimos muchas, muchas veces.
Quizá en ese tiempo, que no había el video casero Starwars era de esas películas que se veían una y otra vez en el cine, aunque para muchos ya hubieran habido otros filmes que los obligaron a hacer largas colas: cualquier reposición de Los diez mandamientos o Ben-Hur cada sábado de gloria, o los terremotos y barcos naufragados del reciente cine catástrofe, los padrinos coppolianos o los tiburones de Spielberg. Pero La Guerra de las Galaxias traía a todo tipo de públicos a aquel terreno olvidado de los nerds y amantes de la ciencia ficción, y eran esos públicos los que respiraban por primera vez algo suyo y estaban, ante ellos, en clara desventaja. De algún modo, se notaba que esa película y su concepto estaban aquí para quedarse. Y supo a poco. A muy poco.

En ese tiempo, de Starwars: a new hope, era de esperarse que el mundo se llene de imitaciones de bajo presupuesto, italianas y deleznables en su mayoría: gente que manejaba los mismos iconos, los mismos tópicos, pero sin sentido de la maravilla ni de la magia. Se desempolvarían entonces el gusto por la aventura sin pretensiones, y el candor de los años treinta y sus grandes hallazgos para la cultura popular del pasado siglo, quizá superman, Battlestar Galactica, Star Trek y Alien eran los indicados a seguir la aventura de universos y planetas, pero ninguna como Star Wars.
La gente se había quedado con ganas de más Star Wars. En ese tiempo, como ahora, salio la novelización. Tantas veces se vio la película, advirtiendo que no sólo no aburría, sino que se volvía emocionante cada vez, como si el final pudiera cambiar de un pase a otro, que se tardaba mucho tiempo en advertir algún que otro tip en la trama, pero no importaba. O es que, realmente, queríamos que se explique todo: ¿Por qué la princesa no le daba su medallita a Chewbacca? ¿La Estrella de la Muerte podía saltar al hiperespacio? ¿Y el caza donde Darth Vader escapaba también, tan chiquitito? Si Kenobi había muerto, ¿por qué se le oía la voz, por qué se había dejado matar? ¿Cómo se podía hacer entender a los obtusos que estaba cantado que Darth Vader y el padre de Luke eran la misma persona, si nos habíamos dado cuenta por lo mucho que llevábamos leído y respirado en otros medios?.
Las preguntas eran muchas para respondérselas viendo y reviendo la película, fue entonces cuando el rumor de una nueva película de StarWars surgió y dio en la tecla de la historia cuando Lucas anuncio que la historia no acababa.
La historia no acababa. "El malo se escapa", anunció alguien a los pocos días del estreno. Y era verdad. Las especulaciones sobre una posible continuidad de la historia empezaron a llenar la cabeza de los aficionados.
Pronto se desvelaría el misterio y Lucas anunciaría su proyecto de rodar la continuación de su historia. No sólo eso: Star Wars era el capítulo cuarto de una serie de doce películas.
Como ahora, antes también el secretismo en el rodaje ya formaba parte del marchamo de la casa. Sólo de vez en cuando mostraban alguna foto indicativa: Sobre un fondo nevado, Luke Skywalker a lomos de un bicho cabruno que parecía el relleno de un osito de peluche. Y, ya a punto para el estreno, el Halcón Milenario escapando de una imposible escuadrilla de cazas-T, lo cual levantó la polémica de si era montaje fotográfico o si, en efecto, aparecía tal cual en la pantalla.



Cuando la película se estrenó, todavía no había trascendido al gran público la revelación en que se basa (aquello que hizo a los humoristas bromear diciendo que era la única película de la historia capaz de ser destripada con tres palabras: "Soy tu padre"), Quien iba a decir que con el asombro de un público a oscuras cuando el scroll (como es ahora, antes eran las letras amarillas) anunciaba: Episodio 5: El Imperio Contraataca. Era increíble que alguien hubiera podido sobrevivir tres años sin buscar bajo las piedras información sobre la saga.
Los temores de quienes esperaban una repetición de tomas o de tramas quedaron disueltos inmediatamente. El género había cambiado en tres años, y para seguir a la cabeza estaba claro que Lucas y su compañía tenían que buscar otros derroteros, ampliando y engrandeciendo su saga fílmica. Si alguien dudaba de que el cine es una labor de equipo y que al propio George Lucas, considerado omnisciente "creador" de su saga galáctica no le dolían prendas a la hora de buscar ayuda para llevar adelante su proyecto, la nueva entrega de Star Wars se basaba por un lado en el guión esbozado por la novelista y afamada guionista Leigh Brackett y terminado por Lawrence Kasdan, y en una más que eficaz dirección del veterano Irvin Keshner, quien entendió la historia como una suerte de ballet romántico y a lo largo de las dos horas y pico de proyección fue capaz de hacer virar la historia desde la simplicidad del blanco de los comienzos al rojo sangre del final, cargando de drama y pasión la aventura.
La película daba más de todo y además de forma diferente, explorando aspectos de la saga que pocos aficionados habían podido imaginar, y eludiendo en gran parte el tono cinéfilo del primer título. En efecto, se remite a la relación Hepburn-Grant en lo referido al inicio del romance entre Leia y Han Solo, y el planeta helado de Hoth y la Ciudad de las Nubes rememoran el reino de Frigia y la ciudad de los hombres-halcones del primer Flash Gordon, pero El Imperio Contraataca deja de ser un pastiche continuado para sentar por sí mismo una mitología de aspectos claramente wagnerianos. La banda sonora entrega esta vez una "Marcha Imperial" que refuerza como nunca un personaje que, bien examinado en la primera entrega, no había sido más que un secundario en la sombra, el mal sin rostro, aupándolo al protagonismo absoluto de este capítulo central. Estilizada un poco su negra máscara, Darth Vader (cuyo rostro destrozado tiene un claro precedente en el Doctor Doom de los Fantastic Four, como es sabido) se alza con el mando de la flota imperial e impone con su presencia una maldad que, quizá, no sería necesario reforzar con la matanza continuada de oficiales subalternos.
El Imperio Contraataca no es un producto para salir del paso. Toda la producción está cuidada al detalle, con mimo, desde los Caminantes de la batalla en los hielos hasta las naves de Cloud City. Arrinconando el look tebeístico, donde los caracteres siempre visten las mismas ropas, los héroes galácticos cambiarán de indumentaria cada dos por tres, incluso de peinado (Leia y Solo), pero entonces a nadie le dio por pensar que también eso pudiera ser una estrategia de marketing dirigida a vender más muñequitos. La fotografía, más oscura, reveló por fin que el androide 3PO tenía una pata plateada, y en ocasiones descubrió que el disfraz del actor que había debajo (Anthony Daniels) había cambiado del metal al plástico, o eso parecía. Lucas ya era consciente de lo que se estaba jugando, del más difícil todavía que él mismo se había impuesto, pues esta vez era él quien corría con los gastos. La caja de las sorpresas tenía que abrirse de continuo, bien fuera con espectaculares efectos especiales (la batalla en la nieve, el campo de asteroides, el duelo final), como con la revelación de giros en la trama y la presentación de nuevos personajes.
Yoda, el muñeco manejado por Frank Oz, se convierte en el personaje revelación de la historia, el señuelo que despista la presencia de Darth Vader como personaje que todo lo domina y sobre el que todo gira. Es también el personaje que retoma el rol de Obi-Wan Kenobi y ayudará a Luke Skywalker a comprender su destino en el tapiz de intrigas políticas que los efectos especiales y la acción trepidante ocultan. Es feo, chiquitito y cascarrabias. Remite al Gollum de El Señor de los Anillos (aunque en la saga quizá Gollum podría ser Darth Vader), y su figura de maestro zen se convertiría en un icono de la cultura popular contemporánea que asomaría, siguiendo la estela de Kenobi-Merlín, en películas como Excalibur o Karate Kid y sus secuelas, o la rata Splinter de Las tortugas Ninja.

Para muchos, El Imperio es la película más redonda de la trilogía, y razón no les falta. A los efectos especiales y la sabia dosificación de la narrativa hay que añadir la ilusión de profundidad en los personajes, aunque quizá sería más acertado hablar de la pasión con que han sido escritos. Luke Skywalker, a quien habíamos visto como campesino en la primera película, aparece ahora por lógica de la trama como un desesperado aprendiz de brujo, apabullado por la filosofía de Yoda y apartado de la trama aventurera paralela de sus amigos. Sin embargo, su ordalía se revalidará en los momentos finales, tras la batalla con Vader y el descubrimiento de que éste es su padre supuestamente muerto, y la asimilación de la derrota y la verdad apuntará ya en los últimos planos que el héroe será muy diferente en la siguiente película de la saga.
A la sombra de Yoda y Vader, la película muestra de refilón la figura holográmica del Emperador, un siniestro personaje de párpados cuádruples y biografía aún desconocida capaz de hacer que el propio Señor Oscuro agache la cabeza; presenta al primer personaje negro de la historia, Lando Calrissian, quizá en desquite por las absurdas acusaciones de racismo que se hicieron a la anterior entrega, y entre los cazadores de recompensas se incluye a un tal Boba Fett, un individuo tan cubierto por su casco como el propio Vader y que, en una pirueta incomprensible, acabaría con el paso de los años por convertirse en el personaje favorito de una ingente legión de admiradores.
La película, en un tour de force peligroso, no terminaba. Si en Star Wars: Una nueva esperanza, vimos que el malo huía al final, ahora son los buenos quienes escapan, mientras uno de ellos es secuestrado y esclavizado dentro de un bloque de carbonita. La revisión de la historia una y otra vez sí vino a revelar algún detalle de la trama que no había sido bien resuelto, como el paso del tiempo, y obligaba a ver La Guerra de las Galaxias bajo el prisma de lo ya certificado en esta entrega, característica que se repetiría de nuevo con El retorno del Jedi y, posiblemente, con los nuevos episodios de la primera trilogía: cada nueva entrega varía la percepción del espectador sobre lo visto y revelado, obligándolo a ponerse en situación y usando una especie de sistema de profecía a la inversa.
El suspense asegurado por el rapto de Han Solo y el descubrimiento de que estábamos frente a una saga de conflicto familiar se vería revalidado por el comentario entre el ectoplasmático Ben Kenobi y el viejo Yoda: "Ese chico es nuestra última esperanza". "No, hay otro". En inglés, la terminación there is another no indica género. Los dobladores al castellano no podían saber, naturalmente, que la esperanza de repuesto iba a ser femenina.
Entonces, ni siquiera George Lucas lo tenía claro.
Lo único que era seguro es que había que esperar de nuevo. Esperar otros tres largos años.

Tres años en que el género había ido tocando otros palos y, en el terreno del fantástico, se buscaban nuevas avenidas de expansión con incursiones en el terror, la fantasía heroica o los dibujos animados. Apartándose de la saga galáctica, la ciencia ficción cinematográfica había evolucionado. Lucas seguía enfrentándose a su peculiar problema, al monstruo que había creado de la nada: superarse a sí mismo, superar las expectativas de los espectadores, ofrecer efectos deslumbrantes y escenas de acción que superaran no ya lo ofrecido por él mismo en los dos capítulos anteriores, sino lo que las demás compañías venían haciendo. Los presupuestos de producción volvieron a dispararse, y la presión de los medios de comunicación obligó a rodar prácticamente a escondidas.
Quizá había pasado demasiado tiempo. Lucas entregó esta vez las riendas de la dirección al británico Richard Marquand, pero parece que la relación no fue lo satisfactoria que tendría que haber sido o, al menos, parece que Lucas ejerció sobre él un control más férreo que sobre Irvin Keshner. Aunque la película recaudó más en taquilla que El Imperio el resultado final es, como poco, tibio.



El Retorno del Jedi parece indicar, también, un giro hacia un público más infantil, menos exigente, como indica la presencia de los peludos ewoks y algún detalle absurdamente cómico en las escenas: Han Solo tratando de apagar la hoguera donde van a ser sacrificados... soplando; Chewbacca que suelta el grito de Tarzán cuando se desplaza de liana en liana; la estúpida eliminación de Boba Fett ante el pozo del Sarlacc. Ya el cambio de título, de "la venganza del Jedi" a "El retorno del Jedi", justificado más tarde como truco de Lucas para despistar, parece indicar una toma de postura más ligera en la saga, como si la violencia no estuviera implícita en lo que anteriormente hemos visto: la destrucción de un planeta entero, la voladura de la Estrella de la Muerte, los montones de guardias de asalto y naves rebeldes destruidas en todas las películas.
Harrison Ford ya era una estrella cuando se rodó Return of the Jedi, y a lo mejor a eso deba achacarse la gratuidad de algunas escenas y el hecho de que Solo actúe "contra-personaje" cuando se ofrece voluntario para pilotar la lanzadera (no hay más que ver la apresurada justificación de su cambio de actitud). Sabido es que presionó a Lucas para que su personaje muriera, quizá con el deseo de librarse para siempre de la carga galáctica, y que éste no le hizo el menor caso, más preocupado por controlar la producción y por reprender a Marquand cuando éste mostró a Luke Skywalker empleando el sable de luz con una sola mano.
Si la escena clave de Star Wars se producía en el poético momento en que Luke Skywalker contempla la puesta de los soles gemelos de Tatooine y suspira por un destino en las estrellas, y el momento culminante de El Imperio es la revelación de Vader, la secuencia más hermosa, la que resume la película y la actitud del productor y los propios actores sobre lo que han estado haciendo se muestra en el campamento ewok, cuando el dorado 3PO narra a los ositos de peluche su odisea y los héroes del espacio se miran unos a otros, sin decir palabra, asombrados por lo que han conseguido y la leyenda que han forjado sin darse cuenta.
La película es una veloz cabalgada de escenas de acción, con un magnífico montaje y una mezcla de argumentos coreografiada a la perfección. Pero algo falta, tras el tono oscuro y apasionado de El Imperio Contraataca, y algún detalle en el argumento indica el cansancio de los autores o las pocas ganas de estrujarse la mollera: repetir la construcción de la Estrella de la Muerte no deja de ser un despropósito, por muy apasionantes que fueran las escenas de acción entre los andamiajes. La aparición y muerte de Yoda es gratuita, y la película podría haber avanzado perfectamente sin ese detalle lacrimógeno. Lo peor, la revelación de que Luke y Leia son hermanos carece de la suficiente fuerza y entra en contradicción con tantas escenas anteriores. No hay pasión en las escenas de amor entre Solo y la princesa, y el personaje que podría haber dominado toda la trama, Darth Vader, es sustituido por el Emperador Palpatine como malo malísimo cuasi-disneyano, relegando al enmascarado Señor de Sith al puesto de segundón que había tenido ya en La Guerra de las Galaxias.
Si Yoda había sido el personaje sorpresa de la película anterior, ahora es Jabba el Hutt, un ameboso Sidney Longstreet galáctico, vacuamente espectacular. La corte de los milagros de Jabba en el desierto es a la vez fascinante y repulsiva, pues sin rubor se salta de personajes oscuros (Boba Fett, las prostitutas, los verdosos miembros de la raza de Greedo, el carroñero Migaja Salaz, la bailarina-esclava, Bib Fortuna, el Rancor), a otros absolutamente ridículos (recuérdese el grupo musical, muñecos sin gracia). Jabba, por su parte, no parece tener problemas para mantener contactos sexuales con humanoides, y habría que recurrir a la explicación de la Fuerza para aceptar que Leia pudiera acabar con la vida de un bicho de semejante masa.
Por si hubiera habido alguna duda, es Luke Skywalker quien se alza aquí con el protagonismo absoluto de la trilogía, encarnando a la perfección al caballero Jedi, apartado por la propia carga trascendente que lleva sobre sí y redentor del pecado de su padre, aunque no de los suyos propios. Mientras que Han Solo ha pasado de ser, en los capítulos sucesivos, un inconformista adolescente y bravucón, un pendenciero con corazón romántico y ego muy suyo (recuérdese la respuesta al atribulado "Te amo" de la princesa Leia: "Lo sé", (frase acuñada por el propio Harrison Ford) acabar por convertirse en un payaso infantil, como infantiles son los ewoks que lo rodean, Skywalker ha trascendido su destino y se convierte en un mito.
El Emperador sigue siendo, todavía, un misterio que espera ser desgranado en nuevas entregas. Y Darth Vader, perrillo faldero de su amo durante toda la película, contenido como se contiene Skywalker para no iniciar un nuevo duelo final, es en el cine un personaje al que parece haberle abandonado el valor o la ambición. Por muy impactante que parezca la escena en que se revuelve contra Palpatine y lo arroja al pozo, Vader ya es bueno aquí desde casi el principio, como si el descubrimiento-enfrentamiento con su hijo en el capítulo anterior lo hubiera dejado vacío de motivaciones y de fuerzas (recuérdese cómo en los últimos planos de El Imperio Contraataca perdonaba la vida del almirante que ya se veía estrangulado por sus dedos invisibles). En la versión cinematográfica Vader es tan vacío que hubo que recurrir a la novelización de El Retorno del Jedi para encontrarle motivaciones "malvadas" que justificaran su presencia a lo largo de toda la historia. Y éstas, siguiendo lo apuntado en el clímax de El Imperio, son el deseo de derrocar a Palpatine y gobernar él la galaxia con Luke como su brazo derecho. Es un matiz muy interesante que en la película se ignora, quizás porque la novelización fue escrita a posteriori y tuviera que justificar los muchos huecos que quedaron al descubierto en la trama: ¿Cuánto tiempo había pasado entre el Episodio V y el VI? ¿Cómo había completado Luke su entrenamiento Jedi? ¿Quién era Owen Lars y qué relación lo unía no a Vader, sino a Kenobi? Lo peor de El retorno del Jedi no eran los ewoks, por cargantes que éstos fueran si se los comparaba con los wookies que tendrían que haber sido, según se apuntaba en uno de los primeros borradores del guión. Ni la gratuidad de algunas escenas, ni la incongruencia de comprobar una vez más lo inútiles que eran los guardias de asalto imperiales y lo traído por los pelos que quedaba que una civilización prehistórica venciera a la alta tecnología espacial. Lo peor era que Lucas había cerrado el kiosco con la tercera entrega de su saga, y la propia revista Time así lo anunciaba en su portada.

Lucas, en efecto, tal vez estuviera en horas bajas. El Retorno del Jedi fue un éxito de taquilla, recogió los consabidos Oscars menores, pero el final apresurado anunciaba que el sueño se había acabado. Lo peor de El retorno del Jedi era que advertía a los fans que nos habíamos quedado sin continuaciones, sin preludios de la saga.

Nos tuvimos que contentar con la versión en video. Lucas pasó a otras historias, no todas tan exitosas como Indiana Jones, y se dio el batacazo con Willow y El pato Howard. Vacío de inspiración galáctica, presentó en televisión dos infumables largometrajes con los ewoks de protagonistas, lastrados de toda magia y aburridos como ellos solos. Probó suerte con los dibujos animados y lanzó dos series, Droids y Ewoks, mientras continuaba exprimiendo el merchandising a través de bandas sonoras, posters, accesorios y muñecos. El boletín oficial de la saga dejó de llamarse "Bantha Tracks" para convertirse en el escaparate de reclamo de la Lucasfilms, publicitando los productos de Indy y arrinconando cada vez más la trilogía. En las convenciones, cada vez que se le preguntaba si algún día reemprendería el rodaje de Star Wars y los capítulos prometidos, Lucas contestaba con un lacónico "Algún día", y en una muestra de candor, cinismo o sinceridad confesaba que La Guerra de las Galaxias ya continuaba, aunque no en las pantallas, a través de libros, comics, videojuegos.
Star Wars había bebido del cine y había influido en toda una generación de máquinas recreativas, desatando la moda de los "marcianitos". Poco a poco, la calidad de los gráficos y la presencia de ordenadores en todas las casas fue propiciando que la saga galáctica continuara, como sostenía Lucas, en historias interactivas. Los años se convirtieron en lustros, los lustros en décadas. Lucasfilm siguió investigando en imagen y sonido, alquilando sus servicios para las continuaciones de Star Trek, descubriendo efectos de morphing o creando los terribles dinosaurios de Parque Jurásico.
Una compañía de comics relativamente menor, Dark Horse, adquirió los derechos para continuar la serie, como ya venía haciendo con Aliens, Predator o Terminator, y los tebeos demostraron ser un éxito. Las ventas en video continuaron. Un primer globo sonda, y Lucasfilm reeditó la trilogía en formato panorámico, con nuevo sonido remasterizado. Timothy Zhan, un autor francamente menor, consiguió aupar a la lista de best-sellers su continuación autorizada de El retorno del Jedi, levantando una oleada de secuelas y tramas paralelas, libros para jóvenes y revuelo de fans, quizá a imagen y semejanza de los seguidores de Star Trek, cuya resurección se debió en buena parte al éxito de La Guerra de las Galaxias, quienes así devolvían de alguna forma el favor.

Y poco a poco pasaron veinte años, y casi no nos dimos cuenta. El anuncio de que por fin Lucas se había recuperado de la depre y preparaba una nueva aventura de Indiana Jones y el rodaje de la primera trilogía se vio reforzado por el re-estreno de los tres títulos con escenas añadidas y efectos retocados, algunos sobresalientes, otros innecesarios. Para sorpresa de todos, la trilogía volvió a ser un éxito en taquilla. Lucas revalidó su título de perro viejo en el negocio, y consiguió sondear al público para obtener la mejor publicidad no ya gratuita, sino pagada, para su nueva entrega de la saga.
Y en eso andamos. Esperando, como hace 20 años harían otros, esperando un gran final de una nueva trilogía, han pasado más de veinte años y una nueva generación tiene ahora su ración de fantasía y magia en una galaxia, muy lejana...
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Leido, modificado, aumentado y arruinado... de los articulos de Rafo Marin

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