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Le llamaban Pantriste

Le llamaban Pantriste Siempre de negro, ausente, disperso, indolente, deprimido, solitario. Tuvo un guiño de furia el día que una niña no aceptó ser su novia. Era una bomba de tiempo, que nadie se percató en desactivar. Gustaba oír a Marilyn Mason, un icono del rock pesado cuyo verdadero nombre es Brian Warner, pero que decidió llamarse así en homenaje a la Monroe "la rubia que se suicidó" y al magnicida Charles Mason "que en un ritual satánico dizque diseñado por su amo, cargo con Sharon Tate y sus amistades, allá por los 70".
Su alma en estado de confusión, posiblemente escuchó demasiadas veces las letras de las canciones de mayor demanda. La gente hermosa, dice: "No te quiero ni te necesito. No te molestes en resistir. Te voy a derrotar. No es tu culpa que estés siempre equivocado, los débiles están ahí para demostrarlo...". "¿Qué ves? ¿Algo hermoso, algo libre? No hay tiempo para discriminar, hay que odiar sólo a los hijos de puta...". O esta otra perlita cuyo título no recuerdo: "Úsame cuando quieras venir. Me desangré tanto por recibir tu caricia. Cuando estoy en vos me quiero morir. Usuario amigo, puta estrella de la droga obscena, vas a morir cuando estés en la cima, no vas a morir por mí".
Hijo de un oficial de la armada, Rafael, que sin explicación aparente, estructuró una tragedia de proporciones globales disparando a quemarropa toda la carga de una 9 mm sobre sus aterrados compañeros de aula, expresaba y grababa palabras sobre el suicidio colectivo más que descifrables, si alguien con criterio hubiese deseado amarlo. Advirtió en infinidad de lenguajes su necesidad de ser alimentado emocionalmente. Era un púber como tantos otros del mundo. Un proyecto de hombre, que aseguran siempre tuvo un techo seguro, un cuerpo cubierto, un plato de comida, una escuela básica y unos progenitores, que desde los manuales sociales, eran una pareja bien avenida, un matrimonio católico, unos padres enérgicos aseguran. Gente decente, como diría el vulgo, que ahora no entiende por qué "El Junior" —así le decían, todos los que le frecuentaban—, se perdió en su laberinto y tiñó de sangre el aula.
Hoy, todos tratan de explicar su acción tenebrosa; y para hacerlo transitan el manido expediente de la violencia social, de las influencias de los medios de comunicación, de la falta de sicólogos, de la venta irrestricta de armas. Pero, lo extraño es que casi nadie se percata que el drama de este ser humano con la vida destrozada para siempre, quizá empezó cuando los que lo trajeron a este mundo no entendieron los tiempos estrictos de su lactancia; no entendieron los tiempos estrictos de sus cuentos infantiles; no entendieron los tiempos estrictos de sus horas de juego con asistencia de sus padres; no entendieron sus tiempos estrictos de afectos en los pupitres que habitó. Esos tiempos que son los tiempos en que se blinda el corazón de cada cogollo en estado de germinación contra la podredumbre de este siglo vigente. Esos tiempos que, posteriormente, difícilmente se pueden reconstruir. Esos tiempos de descuido, dejadez y abulia, que son los que roturaron irresponsablemente la tierra suficiente para que la semilla peligrosa de culturas ajenas a su memoria genética, lo inunden y lo alienen. Entre todos hemos creado a esa criatura que puede clonarse con inquietante cercanía en las geografías nuestras, sino entendemos que los valores y las emociones no se predican, sólo pueden instalarse en los corazones de hijos, hermanos, amigos desde el ejemplo cotidiano de ejercerlas.

1 comentario

matias -

pan triste es n asesino