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Por favor y gracias

No hay palabras más escasas en la vida cotidiana que “por favor” y “gracias”. Qué difícil resulta pronunciarlas cuando uno se considera un “rey chiquito”. Apenas sientes el poder que ejerces en una persona, la usas sin límites, te hace sentir grande y quizá eleva tu autoestima. Veo por ejemplo un tipo que llega a su casa, no importa si en una Mitsubishi o en una Brasilia, pero media cuadra antes bocinea perentoriamente y se guarda un putazo póstumo para la empleada que tardó décimas de segundo en abrirle.
Las domésticas son la base social de estos pequeños reinos: qué sevicias y malos tratos no maquinan sus patronas para compensar el maltrato de sus cónyuges. La doméstica se llama imilla, mocha, india, lo que ustedes quieran, pero jamás se la convoca por su nombre.
Lo mismo ocurre con esos "cuatachos" del alma, los “garcías”. Tengo un amigo con ínfulas, en realidad lo quiero mucho pese a sus defectos y por eso lo llevo a los locales que frecuento, todos sencillos y manejados por gente buena. La vaina es que me hace sentir verguenza ajena porque llama al garzón de turno con una palabra que a nadie le gusta: ¡Mozo! Le pide que se pare en posición de firmes frente a él en espera de sus caprichos. Le traen la comida e invariablemente se reserva alguna crítica: que las papas están frías, que la ensalada está marchita, que la carne no coció bien, que el mantel está sucio, que el aceite está rancio. Qué manera de joder. Entre tanto yo me deshago en gestos conciliatorios y soporto la mirada del "garcía" que me está diciendo: “Chango, ¿así nos tratamos? ¿Esa es la clase de amigos que tienes?”
Trato de compensar apelando a una vieja práctica que me enseñó para bien mi viejo: lo llamo al mozo de turno, le pregunto su nombre, le doy la mano, le invito lo que estoy bebiendo que se lo echa al coleto de ocultas, para que no lo vea el dueño, ordeno la comida y pronuncio esas palabras mágicas sin las cuales no existiría el mundo: “por favor” y “gracias”.
¿Cuesta mucho pronunciar esas palabras? ¿Disminuye la autoestima de quien las pronuncia? ¿Aumenta la autoestima humillar al prójimo? Son preguntas que me repito.
Si uno es amable, no hay lugar en el mundo, en el país o en el extranjero, donde no hayan amigos garcías, precisamente por la humana astucia de tratarlos bien. Ojalá no hubiera subalterno que se queje de haberlo tratado con autoridad; ojalá nadie se quejara de haber recibido una orden sin decir “por favor” y “gracias”.
En eso San Francisco fue un tipo ejemplar. Renunció a su noble linaje para darse el gusto de tratar con amor al prójimo, y extendió la noción de “projimidad” a los animales y a las plantas. Hasta al lobo lo llamó “hermano lobo”. Qué hermoso sería morir tan sólo para ganarse un epitafio rotundo como éste: “Yo fui como San Francisco, no vine para ser servido sino para servir”.

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